sobre narrativa

Jun 15 10

Paulo Coelho

«Y al día siguiente me lo enseñó, sin necesidad de decirme nada. Vi la estepa sin fin, que parecía un desierto, pero que estaba llena de vida escondida entre la baja vegetación. Vi el horizonte plano, el enorme espacio vacío, el ruido de los cascos de los caballos, el viento calmado, y nada, abslolutamente nada, a nuestro alrededor. Como si el mundo hubiese escogido aquel lugar para demostrar su inmensidad, su simplicidad y su complejidad al mismo tiempo. Como si pudiésemos —y debiésemos— ser como la estepa, vacíos, infinitos y llenos de vida al mismo tiempo.

Miré al cielo azul, me quité las gafas oscuras que llevaba, me dejé inundar por aquella luz, por aquella sensación de que estaba en ningún sitio y en todos los sitios al mismo tiempo. Cabalgamos en silencio, parando sólo para dar de beber a los caballos en regatos que sólo el que conocía el lugar sabía cómo localizar. De vez en cuando, surgían otros jinetes en la distancia, pastores con sus rebaños, encajados entre la planicie y el cielo.

¿Hacia dónde iba? No tenía la menor idea, y no me importaba; la mujer que estaba buscando se encontraba en aquel espacio infinito, podía tocar su alma, escuchar la melodía que cantaba mientras hacía las alfombras. Ahora entendía por qué había escogido ese sitio: nada absolutamente nada que distrajese su atención, el vacío que tanto había buscado, el viento que barrería poco a poco su dolor. ¿Se imaginaría ella que un día yo estaría aquí, a caballo, yendo a su encuentro?

seguir leyendo…