¿Educar para Ser o Tener? Tercera parte
Al final del texto anterior hemos planteado la siguiente interrogante:
¿Cómo volver al camino correcto en el tema educativo para que éste tenga los resultados requeridos por las sociedades humanas modernas?
Esta pregunta la responderé desde dos planos: el que compete a la sociedad en su conjunto y al Estado como representante de ella y su compromiso para volver a retomar las finalidades de la educación. Esto es, que el Estado, comprendido éste como el gobierno que dirige a las sociedades, cumpla con su deber sin más. Sin embargo esto no resulta sencillo porque, desgraciadamente, debemos reconocer que las fuerzas económicas predominantes mantienen ahora mismo una gran presión para mantener a ese Estado rector en un ente casi ornamental y al que le han restado una gran capacidad de decisión. Queda entonces la pregunta ¿y si ese Estado rector no puede retomar su papel en el tema educativo o ni siquiera intenta cumplir, en el peor de los casos, con sus responsabilidades legales, entonces cómo emprender el cambio hacia una educación dirigida al fomento de los intereses fundamentales de la humanidad? ¿Tendremos que aceptar pasivamente que el cambio no se dará si ese Estado no se vuelve una vez más en un actor fundamental en las sociedades?
Pasemos entonces al siguiente plano de respuesta: El plano personal. El que compete al maestro, al educador. ¿Cómo puede éste, en la aparente soledad de su trabajo, influir para cambiar o retomar el camino de una educación verdaderamente útil al conjunto social? Aquí debemos recordar que la educación formal se da en un ámbito de relación humana primeramente: Alumnos – maestro. Antes que conocimientos que se pretende enseñar, existe una relación de comunicación entre quienes deberán hacer suyo ese nuevo conocimiento y quienes pretenden que esto suceda. En otras palabras, el maestro deberá ser maestro en el sentido humano del concepto y no solo un profesional competente para impartir clases. Enseñar no es solo pretender que alguien comprenda conceptos, sino que los hagan suyos y eso requiere que quien dirige el proceso de aprendizaje esté convencido de lo que enseña y el porqué enseña tal cosa. La enseñanza es un acto de amor y solidaridad humana. El maestro pone a disposición de otros, sus alumnos, conocimientos que harán en él un ser más comprometido con su entorno natural. No se enseña para que un alumno comprenda más cosas que otro, sino para que éste se realice como ser humano. A partir de esta actitud podemos pretender que otros, los alumnos, acepten y hagan suyos los conocimientos impartidos.
El trabajo de maestro entonces, implica una actitud convencida y no solo profesional de su misión social. El maestro debe mantener una actitud ética y comprometida en el amor a su trabajo y a sus alumnos y a la humanidad en su conjunto.
El camino de retomar las finalidades de la educación, pasa primero por el hombre maestro y su relación humana con sus alumnos. Ningún tipo de comunicación que se dé en un aula puede tener buenos resultados si no existe una entera y absoluta comunicación humana entre todos los que intervienen en el proceso enseñanza aprendizaje, por más métodos o escuelas educativas que se apliquen.
La impartición de la educación entonces, no es solo un conjunto de normas legales y responsabilidades de un Estado, sino que es y sobre todo, un acto personal y convencido de la importancia vital que tiene ésta en la sociedad humana en su totalidad y en la necesidad de la entrega absoluta y comprometida del maestro, sea cual sea el nivel de enseñanza que se pretenda y sean cuales sean las condiciones que los medios materiales y aun sociales, le permitan.
Vaya con lo anterior y en recuerdo a un verdadero maestro (rural) del Estado de Oaxaca. México, muerto en un accidente carretero, gran amigo y compañero que fue y es aún, un pequeño texto. Va para él…
Te fuiste por el camino de un cerro
para llegar a las rocas
de tu amorosa Mixteca.
Te fuiste a exigir en el cielo
por la atención a tus niños:
«Ni Dios me podrá callar
cuando les grite que sufren»
¿Cómo enseñaste a tus niños
en esas montañas tan frías?
¿Qué corazones tocaste
en esos niños morenos?
¿Cuánto podrán aprender
antes que mueran de penas,
tus niños indios, tus niños penas?
Han aprendido tu risa y han heredado tus sueños,
tus niños pobres, tus niños buenos
Te fuiste por los camino de unas montañas ajenas.
Te fuiste, indio maestro.
Te fuiste con ese gesto de niño y de padre bueno.
Es la verdadera expreciòn de eduar, palabra que solo aplica el Padre celestial, por que los hombres nos quedo pequeña.
Tal vez acercándonos más a la idea del Padre Celestial que tú nombras y que algunos otros llamaran de otras formas, encontremos mayor humanidad, mayor amor y solidaridad entre todos y, educando con responsabilidad social, estaremos más en paz con Dios, cualquiera que sea la idea que tengamos de Él, como lo menciona el poema Desiderata.
Mi saludo y afecto
Alberto Guzmán Lavenant