Alejandro Mansilla, Argentina

Alejandro Mansilla nació en Córdoba – Argentina, el 24 de Febrero de 1970.

Domina los idiomas Italiano, francés, inglés y portugués.

Es Director de Cine, escritor y corrector literario en Español.

Su formación académica fue en la Escuela Provincial de Bellas Artes Dr. José Figueroa Alcorta.

En 1987 formó el Grupo Lautrec con el que produjo y dirigió los video-films “¿Dónde quieres que te lleve esta mañana?” (1988), “Mi madre espera con frío que amanezca” (1990), “Los reinos posibles” (1995), “La canción mía” (1996) y “Recuerdo haber hecho el amor en primavera” (1997), realizaciones que han participado de muestras nacionales e internacionales.



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Obra literaria


En 1999 publica “El último consuelo”, por La Strada Ediciones.

Cuentos cortos y poemas.


Cuadernos de la Intimidad”

Ediciones del Boulevard (2005).

Recopilación de relatos cortos y poesías


Mis padres, mis hermanos y yo íbamos en un auto destartalado, rezongando todos por la eterna costumbre de mi padre en adquirir autos que siempre debíamos empujar para que anduviesen, o bien tener que viajar intranquilos debido al miedo de no llegar nunca al destino deseado. Los chicos no habíamos preguntado el porqué íbamos esa tarde a una estación de trenes, estábamos acostumbrados a no recibir muchas explicaciones. La única información era que íbamos a esperar a unos familiares que llegaban de Jujuy.
Un gentío invadía toda la Estación Belgrano y mi madre nos indicó que tuviésemos cautela y tomarnos de las manos para no perdernos. El tren ya había llegado y naturalmente nuestro padre nos contagió nerviosismo mientras miraba una a una las ventanillas del tren cansado y polvoriento.Yo pregunté quiénes eran esos parientes que venían. Mi madre no escuchó mi pregunta insistiendo en que no soltáramos nuestras manos, temiendo por la cantidad de gente que ya nos rodeaba.”


En 2010 publica la novela “La Mansión

Ediciones Malvario


Sinopsis

Erotismo metafísico, las vestiduras que no garantizan ninguna imagen, y la búsqueda del real identitario marcan el trayecto de este relato cuyo protagonista, donde nuestro Magnate, exitoso e instruido empresario francés, se ve inmerso luego de decidir permanecer por algunos días en la Ciudad de Córdoba en Argentina.

Al recorrer un camino de sensualidad y erotismo con varones del lugar, sus preguntas existenciales serán develadas trayéndole respuestas espirituales a las que nunca hubiera imaginado acceder. Está convencido que cierto tipo de homosexuales están en el mundo para ofrecer un mensaje de unicidad, por lo tanto los seres humanos actuamos como si fuésemos hombres y mujeres, cuando en realidad somos seres compuestos por ambas energías. Sin embrago nuevas preguntas surgen. ¿Cuál es el destino de los diferentes, si lejos de ser entendidos, son repudiados por una sociedad que se niega a entender el contundente mensaje? ¿Sería necesario crear un héroe luminoso capaz de hacer cambiar tanta ignorancia? ¿Existe camino de santidad si se es homosexual?

En encuentro con un joven, que él llamará con el mote de Miss Universo, ayudará a develar toda inquietud que pueda permanecer en el corazón de nuestro Magnate ya convertido en intrépido investigador. El amor, por primera vez en su vida, se manifiesta en su completud. Pero deberá pagar el costo que implica ese tipo de iniciación y el consiguiente conocimiento de sí mismo.


La Mansión

CAPÍTULO Uno

Córdoba, en Argentina, es una ciudad poco suntuosa, es más, en muchos casos, desprovista de belleza y despojada por completo en cuanto a alcurnia y costumbres palaciegas se refiere. Lo único excepcional que podría caracterizarla es el hecho de ser emblemática por su Universidad, habiendo sido los jesuitas sus primeros maestros.

Esa historia se mezcla con tener habitantes por demás simpáticos, que alimentan un humor característico, basado en caricaturas de rasgos físicos, ocurrencias de alcohólicos y maltrato de suegras.

Algo que llama la atención es que la ciudad cuenta con una extraña y ecléctica arquitectura, puesto que muchos de los egresados de sus facultades urbanísticas han dejado en ella a lo largo de los años, resabios de sus inquisiciones y experimentos muchas veces descabellados.

Para un espíritu refinado y culto, una ciudad como Córdoba no ofrece muchas actividades atractivas o enriquecedoras; es una buena ciudad de paso, donde si se presta atención, puede observarse la dicotomía de encontrar doctores universitarios formados en fructíferas aulas universitarias o toparse con “gronchos”, especie de completos ignorantes que practican con inquietante vulgaridad un humor fatal y extravagante.

Dichos polos opuestos y el hecho de poder observarlos claramente hace mella incorruptible en el imaginario de cualquier forastero que disponga de unos días para conocerla. Es bello observar dicotomías y recordar que al igual que los hombres, todas las ciudades sufren de polaridad.

A Córdoba llegó un día nuestro Magnate. Su destino al principio era Buenos Aires, y venía para realizar inversiones inmobiliarias con empresas en expansión que al parecer tenían buen futuro, pero un juego del destino, perfecto prestidigitador, lo hizo desembarcar a último momento en la capital cordobesa.

Nuestro Magnate era un rico heredero, propietario, con su familia, de muchas residencias que usufructuaba en rentas para crear nuevos negocios. Ya fuera por viajes de inversiones o viajes de estudio, conocía buena parte del mundo, habiéndose convertido en un políglota simpático y galante, acostumbrado a recibir elogios tanto de hombres como de mujeres, puesto que su cuerpo era esbelto, dando la sensación también de ser un dios armonioso, repartiendo al hablar exceso de simpatía y buenos tratos.

Además de todo eso, nuestro Magnate guardaba el secreto de tener algunos poderes sobrenaturales.

Sus poderes radicaban en lo extrasensorial, y se manifestaban en algunas ocasiones para obtener aciertos comerciales, aprender fácilmente idiomas extranjeros, intuir las verdaderas intenciones de las personas; otras veces esa sensibilidad le servía para dar con personas indicadas en lugares adecuados, u obtener información útil a tiempo, o encontrar con facilidad objetos perdidos imposibles de encontrar por cualquier mortal conocido.

Podríamos decir que sus facultades perceptivas le servían para minucias de buena fortuna, que alimentaban la completa buena suerte de la que gozaba desde niño, pero no para evitar el peso psicológico, a pesar de ya ser un cuarentón, de sufrir la sobreprotección sutil e implacable de su madre.

Trataba de ser modesto cuando hablaba de sus viajes, haciéndolos pasar como si en realidad fuesen experiencias literarias; eso evitaba despertar sentimientos de envidia a causa de sus comentarios. Y con respecto a la seducción y sus caminos, era un galán irresistible por la hermosura de sus ojos, pero jamás había estado casado o comprometido por largo tiempo, por lo cual se permitía constantes aventuras homosexuales.

Justamente entonces era cuando su sensibilidad se hacía más evidente y escandalosa, ya que al mantener relaciones sexuales, venían a su mente revelaciones precisas y contundentes que lejos de confundirlo o asustarlo, servían para develarle aspectos psicológicos y espirituales del ocasional amante.

Con respecto a sus gustos sentía una atracción incontrolable por aquellos hombres que ostentaban su tipo erótico, bien definido: debían ser voluptuosos, con ojos de color miel o marrón claro y cabellos castaños, pero un detalle era por demás importante.

Nuestro Magnate se embriagaba con la piel blanca rosácea.

Si una vez dado el acercamiento físico, los besos se iniciaban con una ternura especial y el perfume de esa piel comenzaba a enloquecerlo, y si surgía la intención oculta de querer devorar y alimentarse de ese amante nuevo, quería decir sin lugar a dudas, que el hermoso ser que se hallaba frente a sus ojos había sido un rubio infante.

Cuando besaba, podía sentir en el sabor de las salivas frescas algo sumamente especial que le hacía intuir la infancia de sus amantes.

Cuando descubría que estaba frente a un rubio infante, demoraba a más no poder el tiempo para besarlo y acariciarlo, perdiéndose en esa piel tersa y blanca propia de príncipes o ángeles precipitados.

Con los rubios infantes creía perderse recordando escenas palaciegas en las cuales él y su amante eran tan poderosos como para ser capaces de tomar decisiones monárquicas. Con estos jóvenes iba directo al éxtasis, perdiéndose en juegos amorosos, festejando cada instante, yendo de lo animal a lo místico.

La pregunta era inevitable.

-¿Tú, de chico, eras rubio?

-¡Sí! ¿Cómo supiste?

Nuestro Magnate sonreía cada vez que escuchaba esas respuestas a su consabida pregunta, sabiéndose dueño de un particular e infalible poder de percepción que lo hacía intuir sin lugar a error la presencia de esa sustancia que produce el color rubio en la cabellera de los cuerpos humanos.


Trabajos inéditos


La hija del Jardín


Sinopsis

Maximiliano Damasceno, joven perteneciente a una familia acomodada italiana del siglo XIX, recibe como herencia una enigmática enciclopedia conformada por cuadernos manuscritos que cambiará de manera irremediable su vida. El deplorable estado de los antiguos papeles llevará al joven Maximiliano a intentar transcribir las páginas que están a punto de desaparecer. Allí encuentra la voz de una mujer que le revelará una recóndita sabiduría que pondría en jaque todo lo conocido hasta el momento con respecto a la espiritualidad y a la existencia del Dios escrito por la tradición humana. Sin saberlo, el improvisado amanuense, participará de la redacción de una nueva filosofía que todavía debía ser resguardada para tiempos futuros.

La hija del Jardín – Sinopsis ampliada


Cisterna de Asti – Piemonte italiano – 1837

El hallazgo del cadáver de la bruja del pueblo en perfecto estado de conservación, por más que han pasado algunas semanas de su deceso, causa estupor en el pequeño poblado de Cisterna de Asti. La presencia de un aura fosforescente alrededor de sus restos mortales provoca que una multitudinaria cantidad de peregrinos proveniente de las comarcas vecinas, invada las callejuelas del lugar buscando alivio a sus dolencias físicas y espirituales con la intención de al menos tocar por unos instantes el cuerpo incorrupto. También pone en alerta a los familiares de la difunta, quienes luego de muchos años aparecen con la intención de poner fin al escándalo desatado.

Maximiliano Damasceno, sobrino venido de Turín, es quien recibe como herencia una colección compuesta por cinco volúmenes encuadernados en finos tafiletes de los cuales nadie ha logrado leer ni siquiera una frase completa. Sin llegar a ser venenosas, las páginas amarillentas desprenden una sustancia que embriaga tanto con risas o llantos dislocados a quien pretende leerlas. Resulta absurdo, lo cual aumenta el desconcierto del joven, que dicho legado provenga de una tía que hasta ese día tampoco sabía nada de su existencia y que todos por igual se aventuran en llamar con el mote de “santa”. Una vez en sus manos ya no tenía sentido preguntarse si se trataban o no de modestos y femeninos diarios personales. Lo importante era corroborar la sospecha generalizada de todo el clan, de que podrían ser valiosísimos, puesto que seguramente estaban allí ocultas infinitas fórmulas esotéricas debido a la extraña vida que llevaba la difunta.

El joven Maximiliano es el único capaz de soportar el fino y delicado narcótico impregnado en esas páginas, pero para poder leerlas y comprenderlas en profundidad debía encontrarse lejos del mundanal ruido. Entonces arrienda una pequeña casa de campo cercana a los lugares donde encontraron muerta a su misteriosa tía. Algo sobrenatural lo impele a querer transcribir al menos algunas páginas de esos cuadernos que el paso del tiempo ha borroneado a tal punto que algunas caligrafías se encuentran desdibujadas. Debía descifrar, antes que las antiguas páginas comiencen a pulverizarse, lo que se encontraba oculto en su enigmática herencia.

Con el correr de los días comprende que la colección, agresiva y peligrosa, contiene las respuestas a misterios inextricables en esos momentos del siglo XIX. Trae además un mensaje a la humanidad que cambiaría para siempre la visión con respecto a la religión y a la espiritualidad. Descubre que quien escribe dichas enseñanzas no es en verdad su tía y si una mujer que oculta su identidad, y partiendo de inocentes descripciones del poder curativo de ciertas plantas, paulatinamente va indicando al incauto amanuense los caminos para poder acceder a ciertos niveles de reflexión y por medio de memorias personales le enseña secretos acerca de lo devastadoras que pueden ser las palabras humanas en el mundo. La metamorfosis y el consiguiente acceso a la Eternidad son algo posible según las expresiones de dicha autora, entonces según las fórmulas detalladas en esas páginas olorosas ese conocimiento serviría a cualquier mortal para convertirse en Dios… ¿Pero quién es la mujer que se oculta en esos textos y se permite escribir esas sentencias con tanta soltura que incluso cien años después de haber sido escritas siguen sonando escandalosas e inspiran miedo? Lo único que puede saberse es que se trata de una criatura conjurada encerrada tras muros de piedra por propia decisión, que convive con cinco doncellas que atienden todas sus necesidades en una larga e incomprensible convalecencia luego de un accidente ígneo que la condenaría a tener el aspecto de un monstruo. Una mujer sin rostro y sin nombre que busca volver a la vida por medio de las sufridas letras del inexperto transcriptor.

Los fantasmas toman formas más corpóreas de lo que el joven puede imaginarse, sus apariciones no se limitan a simples luminiscencias y perfumes.

Tenía en sus manos un arma poderosa, y su vida en menos de una semana dejaba de ser como venía siendo. Comienza a transformarse en un varón con actitudes de místico, abierto a nuevas creencias con respecto al conocimiento y la ciencia, debiendo replantearse muchas veces sus antiguas ideas con respecto al valor de la vida y la Eternidad. ¿Pero valía la pena arriesgar la cómoda vida que llevaba por todo eso o acaso su deseo altruista con respecto a la humanidad era más fuerte? Y si todo lo que iba descubriendo era en verdad el más genuino de los conocimientos ocultos. ¿Qué debía hacer con esa herencia de Sabiduría? ¿Conservarla para nuevas generaciones o buscar transmitirla de inmediato?

Una vez entregado por completo a transcribir los cuadernos el joven Maximiliano descubre que son muchos los caminos posibles para acceder al inmenso poder que subyace en el corazón de todo ser humano.


La hija del Jardín


Introducción


A pocos kilómetros de Cisterna de Asti, Piemonte, Italia

El cuerpo, que es pensamiento y también materia llena de sutilezas, se estremeció pidiéndole a gritos que saliera de ese estado lastimoso. Los agudos golpes sobre la aldaba de bronce la habían despertado de manera abrupta, y por algunos segundos una extraña sensación en el pecho la oprimía con tanta fuerza que se sintió amenazada de muerte.

El peso de una catedral sobre su frágil contextura buscaba extinguirla.

Luego, algo similar al silencio de los locos o a la impotencia que sufren los oprimidos cuando son castigados violentamente, persistía en querer llevarla a la total confusión, impidiéndole efectuar cualquier movimiento que la alejara de esa espantosa parálisis.

Estaba fuera de sí.

Esa tortura nocturna que consistía en tener que escuchar golpes agresivos que provenían de la puerta principal, se iba desatando también en su interior manteniéndola postrada en su lecho sin poder levantarse. Dejaba de respirar, quería dejar de existir. El corazón comenzó a palpitarle descontrolado mientras sus manos no podían liberarse de un horrible adormecimiento producido por estar apretando sus falanges, de manera mecánica, en las pocas horas de sueño; era como despertarse con la convicción de que se aproximaba el fin del mundo.

¿Quién se animaría a llamar de ese modo?, se preguntó con voz entrecortada.

Nadie llegaba a esa casa en medio de la montaña ni como huésped convidado, y mucho menos como visitante ocasional, ninguno de los habitantes del poblado vecino sería capaz de hacer esa clase de disturbios en horas prohibidas de la noche…

Los golpes continuaban implacables, convirtiéndose en un sonido que se amplificaba. Su pecho sufría un dolor parecido al suave requiebro de Santa Teresa, pero cuyas punzadas eran más infalibles; su corazón sufría todo el temor del mundo.

Era un ensordecedor canto de sirena que la envolvía, contundente, impasiblemente monótono destruyendo la calma de la noche. También se veía desbaratado el silencio de todos los días transcurridos desde que trabajaba siendo la más discreta de las mayordomas en esa casa de campo. La habitual tranquilidad se rompía irremediablemente con esa sorpresiva llegada nocturna.

Reunió energías para girar sobre su cuerpo. Pudo ver que, aunque carente de entusiasmo, el candelabro de la pequeña mesa al lado de su lecho continuaba encendido y emanaba una debilitada luz ambarina que otorgaba cierto reconforto a su alma de mujer asustada. Comprendió, tal vez estaba completamente equivocada, que serían unos minutos pasados de la medianoche.

Su adormecimiento le indicaba una falta total de descanso. El poco sueño conciliado resultaba inútil, su cuerpo continuaba agotado.

Ahora los pensamientos convulsionados por la desagradable sorpresa la obligaban a una inusual impotencia, jugándole una mala pasada.

Comenzó a temblar sin poder hacer nada al respecto.

Por más que ya fuesen los primeros días de la primavera, ¿sería el frío del invierno, que no quería apartarse de esos paisajes montañeses filtrándose, insidioso, por las hendijas de todas las ventanas el que la hacía temblar como una hoja?

Debía levantarse, debía levantarse, debía levantarse.

Una vez de pie, en medio de la semipenumbra intentó verse en el espejo.

Acomodó presurosa su cofia y empujó con nerviosismo algunos cabellos lacios que buscaban escaparse desobedientes. ¡Es necesario mantener los ojos bien abiertos para reaccionar rápidamente en estas situaciones!, atinó a pensar.

No podía perder más el tiempo, y con urgencia debía bajar las escaleras como si fuese una saeta acudiendo cuanto antes a la puerta para detener a quien continuaba ocasionando tal alboroto.

Buscó con manotazos su mantilla mientras intentaba cerrar sin éxito las prendeduras de su desgraciada enagua.

Algo la detuvo por un instante.

Esos golpes imprudentes, volvían a parecerle conocidos, como escuchados antes, o tal vez soñados. ¡Si! Ahora tenía la certeza, eran idénticos al retumbar de maderas y ruginosos metales que sonaba en las pesadillas sufridas en los días de su infancia en el orfanato. Era el mismo sonido que la aterraba en los despiadados sueños donde sabiéndose encerrada para siempre en un inmenso laberinto circular, quebraba sus oídos despedazando toda esperanza que pudiera subsistir en su corazón.

¡No podía ser cierto lo que estaba sucediendo!

Era la misma música oscura que buscaba desorientarla para que equivocase las encrucijadas callejuelas, y así continuar perdida por los interminables senderos bifurcados sin poder encontrar la anhelada salida de esa descomunal construcción.

Sonaba ahí de nuevo, horrible golpeteo que volvía para atormentarla.

Volvió a observarse en el espejo, ahora en detalle aguzando su vista a más no poder. Allí resplandecía su propio rostro que la miraba impaciente, intentando darle un mensaje que no lograba comprender. ¿Así se comportará la soledad cuando se transforma en una presencia gigante?, se preguntó con tristeza.

Quiso recuperarse de su pesadumbre y trajo a la memoria los días felices de su niñez cuando corría por jardines iluminados por el sol.

Al nacer había sido abandonada frente a la puerta de aquel asilo con la idea de ser auxiliada por las monjas napolitanas. Recordó también las sonrientes expresiones de esas mujeres blancas que noche tras noche estaban cerca suyo tratando de calmarla en sus lastimosos despertares. Esas monjas la calmaban cuando le hablaban de presencias de ángeles o contándole historias de santos bondadosos…

Pero en esos momentos, lejos del sur italiano, no podía recordar en detalle aquellas fórmulas de salvación.

Hoy se encontraba lejos y estaba sola, debía reunir coraje.

Entonces, volvió a pensar, la persona que golpeaba con tanta insistencia seguramente era alguien a quien ella conocía o al menos se trataba de un ser que ya habitaba en su mente desde hacía años. ¡Ese alguien venía a buscarla! Estaba lejos del sur, pero lo mismo llegaba implacable al pie de los Alpes para continuar el antiguo flagelo nocturno.

El terror volvió a paralizarla, no podía hacer nada, sólo sucumbir ante ese rumor escalofriante, y guardar para sí un sufrimiento de criatura impotente. Por un segundo volvió a imaginar el fin del mundo.

¡Mejor descender cuanto antes y abrir esa desvalida puerta con la idea de disipar toda idea de persecución en su alma!

La única arma con la que contaba para defenderse de cualquier peligro inminente era una diminuta lámpara de aceite que siempre guardaba en su alcoba, que además le serviría de compañía para no pisar en falso y rodar por las escaleras.

Encendió el pabilo, la cálida luz invadió sus aposentos.

Era necesario salir cuanto antes.

Una vez en el pasillo tuvo la disyuntiva de avisar o no a su patrón, que gracias a la Providencia parecía estar dormido, guardando convalecencia en su recámara. Ahora era el momento de ejercer su condición de ama de llaves en no molestarlo para nada, su principal obligación era la de encargarse de todo movimiento doméstico, pero sobre todo atenderlo como si fuese la más eficiente y cuidadosa de las nodrizas.

Siguió su marcha.

Por más que estuviese nerviosa acertó de manera precisa todos los escalones que la llevaban a la puerta de entrada.

Una vez allí, sin formular preguntas practicó el más decidido de los silencios, quizás si formulaba una pregunta temía escuchar del otro lado de la estructura hecha de madera la voz de un fantasma, o las de miles de fantasmas respondiendo al unísono. Entera de sí se dispuso a destrabar los picaportes. Luego comenzó a buscar con temblequeos la llave maestra que siempre tenía consigo prendida con una cinta de terciopelo que colgaba de su cuello.

Penetró la cerradura con el proyectil dorado.

A punto de enfrentar lo que fuese necesario, respiró nerviosa. Ella y sólo ella, en medio del terror instalado en esa noche, se sabía destinada a dilucidar quién era el visitante inesperado, el osado espíritu capaz de transitar atravesando el frío del postrero invierno y llegar hasta ahí trayendo un mensaje que nadie quería recibir. Se predispuso con todas sus fuerzas, y abrió de inmediato.

Una vez abierta la puerta de par en par, tampoco atinó a decir buenas noches.

Por un instante, que parecieron horas, su actitud de circunspecta mayordoma pareció súbitamente estar invadida y colonizada por los misterios de la androginia llegando a transformar por completo su aspecto.

Mostró un gesto adusto.

En la gélida semipenumbra nocturna trató de observar en detalle el rostro de esa persona que se mantenía en quietud por más que los minutos siguiesen su curso indefectible. Sin dudas, esa extraña presencia, de no ser atendida, seguiría allí sin el deseo de declinar en su insistencia de permanecer en pie, sin moverse del lugar hasta ser recibida como era debido.

Una debilitada nieve continuaba cayendo oblicua impasible.

Mientras tanto persistía el breve y a la vez eterno mutismo entre ambas presencias.

La mayordoma comprobó para su alivio que no se trataba de ningún personaje que hubiese participado en sus aterradoras pesadillas infantiles. Tampoco se trataba de ningún salteador ni criminal, y por el gesto educado que mostraba al levantar su mentón para mostrarse, le inspiraba modales de buena crianza, incluso daba la sensación de pertenecer a una buena familia.

Por más que su aparición hubiese resultado sorpresiva y amenazante, no representaba ningún tipo de peligro.

Pudo comprender que se trataba de alguien que venía en son de paz.

Creyó escuchar una cálida expresión de agradecimiento por haber acudido tan rápido al llamado. Eso la volvió a desconcertar, según sus cálculos su noción con respecto al paso de los minutos se estaba comportando de manera disparatada. Luego vino a sus oídos una afectuosa declaración personal que aclaraba el real motivo de su presencia a esas horas tan desacostumbradas.

La mayordoma no respondió palabra alguna.

¡Todo aquello volvía a parecerle un sueño! Y aunque hubiese respirado profundamente al bajar por las escaleras, todavía por extrañas razones que desconocía continuaba en su interior entre dormida y profundamente nerviosa. ¡Si al menos el frío que ya acariciaba su rostro le ayudara para despabilarse y así comprender al menos algo de lo que estaba sucediendo!

Seguía sin poder reaccionar educadamente, pero decidió cambiar su actitud de estatua solemne e intentó sonreír con dulzura.

Comenzó a escuchar un suave golpe de tambor que sonaba para que reaccionase, un dulce y confuso tropel de sonidos metálicos sin embargo más poderoso que los estrafalarios golpes que la habían despertado minutos antes.

Los que pulsaban en su conciencia no eran repiqueteos de bronce, ni piedras que parecían estrellar cristales, eran, curiosamente, dulces sonidos que provenían de los ojos de la asombrosa visita quien al terminar de levantar completamente su rostro se dispuso a observarla con la simpatía y convicción de conocerla de toda la vida.

Eran ojos amables, de color marrón, ojos profundos que estaban repletos de mirada, globos oculares que la acariciaban, que de una manera u otra parecían decir su nombre, que la trataban como a una princesa aunque ella fuese apenas una desconocida mujer de provincia condenada a dedicarse a los quehaceres domésticos.

En vez de sentir placer, su corazón volvió a lastimarla con palpitaciones escandalosas.

¡No era correcto que una mujer como ella tuviera ese tipo de emociones en el encuentro con alguien desconocido! Todo se predisponía para que el espanto se expandiera en su frágil complexión de solterona católica. Intentó calmarse, tampoco era una situación oportuna para caer desmayada con sus nervios destrozados.

El frío comenzó a querer congelar todos los ambientes de la planta baja. ¡Y la primavera que demoraba tanto en querer instalarse! Por un momento tuvo la fantasía de cerrar la puerta y volver a su cuarto para refugiarse bajo sus mantas.

Sin embargo, hubo un modesto intercambio de sonrisas.

La mayordoma hizo una leve reverencia y sintió que no tenía otra alternativa que hacer ingresar a esa visita nocturna para guarecerse en el calor de la casa, de no ser así podrían morir de frío. Gracias a sus buenos oficios domésticos en menos de un minuto la pequeña sala de las poltronas estaría modestamente iluminada, y con sus manos conventuales prepararía una deliciosa infusión caliente para servirla cuanto antes.


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Enlaces a sus webs

https://www.facebook.com/pages/Alejandro-Mansilla/202428516522773



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¡Bienvenido a Arte Fénix, Alejandro Mansilla!
Es un verdadero placer adentrarnos en el fascinante mundo de tus letras. Mi más sincera enhorabuena y la seguridad de que el éxito rodeará tu labor literaria.
Un abrazo.

Mara Romero Torres


10 comentarios
  1. Patricia Renée Campos

    Todo hecho cultural es una riqueza que engrosa el tesoro de la humanidad. He aquí una aliada para apoyar y difundir aquello que nos engrandece.

  2. Un placer contar en estás paginas con unas letras tan fantásticas, poder entrar casi a hurtadillas en cada una de esas historias que tan buen sabor nos dejan.
    Enhorabuena y un cordial saludo

  3. ¡¡MUY BUENO!!
    No lo he visto todo, pero lo que he leído me ha parecido genial. Vendré de cuando en cuando a ver más cosas…
    Yo aún ando en busca de alguien que desee editar mi obra (sin tener que pagar por ella).

  4. Dora Delia Diaz

    Alejandro, Mil felicidades!
    He leido detenidamente tu curriculum, el cual me parece muy interesante por cierto, y ademas todo lo que me compartes de cada una de tus grandes obras literarias… En particular y en especial lei con mucho agrado la introduccion de «La hija del Jardín» que es realmente sensacional… te confieso que me mantuvo emocionada y cautiva de principio a fin. Como siempre es un placer leerte querido amigo. Mil gracias por todas tus atenciones, deseo y se que tu nuevo libro tendra mucho exito. Un fuerte abrazo Alejandro.

  5. Alejandro Mansilla

    Muchísimas gracias, mi querida Patricia Renée Campos!! Me emociona que puedas leer un estracto de mis libros!!
    Tus palabras me reconfortan!!
    Fortísimo abrazo!!

  6. Alejandro Mansilla

    Muchas gracias Higorca!! Y me alegra que mis humildes letras te hayan gustado. Ojalá que sigamos juntos en el camino que nos ofrece la maravillosa literatura!! Fuerte abrazo!!

  7. Alejandro Mansilla

    Apreciada Juana Castillo Escobar, todo un camino el de los escritores buscando que su obra tome la forma de libro, y que sea porque un editor esté convencido y apueste en la obra!!
    Lo que puedo decirte, es que sigas en el intento, pero ahora redoblando la cuota de alegría por poder escribir.
    Y que con esa alegría, nacida del amor, también muevas cielo y tierra!!
    Estoy seguro que ese día soñado, por tí y por todos nosotros, se acerca!!!

  8. Rossana

    Es muy bueno lo que escribis Alejandro, me encanta trasmitis mucho, felicitaciones

  9. Yaz

    ¡Muy bueno! Me encantó «La hija del Jardín». Ahora quiero saber cómo sigue.

  10. Norita Congod

    !ué alegría por los avances. Estamos muy contentos tus coterraneos y contamos las horas para tener en nuestras manos tu nueva novela. Gracias por tu dedicación.

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