Lee Unkrich
Cuando unos juguetes nos roban el corazón…
No siempre ocurre que la última película de una trilogía se convierta en la mejor de todas, en la más redonda, en un difícil ejercicio de superación de las otras con un resultado óptimo, sorprendente, lleno de vida y vigor. La trilogía con letras mayúsculas, aquella que a todo cinéfilo viene a la mente al nombrar esta palabra, la difícilmente superable en el futuro, la obra de arte por antonomasia llamada, El Padrino, dentro del talento general y el disfrute colosal ante un espectáculo visual fuera de lo común, tiene seguidores acérrimos de la Parte I, y la defienden como la más completa de todas, la original, el inicio; también existen otros que lo hacen de la segunda entrega, la más larga, la que aparece Robert de Niro dando un recital acompañado por Al Pacino, que ya lo dio en la anterior y continua haciéndolo. Ahora bien, la última película de la trilogía, realizada unos años más tarde que las anteriores, ya en los noventa, es casi por unanimidad la más floja de ellas, con bastante diferencia, a pesar de que volver a ver a los mismos protagonistas, algunos nuevos, y otras tramas, ya sea un placer para la vista.
Sin embargo, en el caso de Toy Story la unanimidad se inclina por encumbrar por encima de las demás la última entrega estrenada en 2010, que logra superar la calidad de los guiones anteriores, y eso que era difícil, y supone un nuevo paso en la animación tridimensional de la productora Pixar. Dejando a un lado esas bondades técnicas, que las tiene y muchas, Toy Story 3, dirigida por Lee Unkrich (El retorno del Rey) y con un guión de Michael Arndt (Little Miss Sunshine), ofrece una maravillosa aventura para todos los públicos y un homenaje al buen cine de la época dorada de Hollywood, cuando se hacían una docena de obras maestras al año y suponía un verdadero quebradero de cabeza darle un Oscar a una y dejar sin premio a las otras. Hay fugas al estilo de La gran evasión, hay persecuciones que llevan al viejo Oeste, hay diálogos que nos recuerdan la comedia loca de Hawks o Wilder y hasta hay momentos de extrema sensibilidad como en un drama de Stevens.
Y ahí radica el milagro de Toy Story 3, que personajes que no son de carne y hueso, de hecho, unos simples juguetes, tengan sentimientos, sufran y disfruten y sepan transmitirlo al espectador que, preparado para vivir una historia sencilla, para niños, se encuentra con un torbellino de emociones, un relato cercano, un reflejo de la propia vida. ¿Cómo es posible que suframos por unos objetos inanimados que son trasladados de su casa de toda la vida, con su dueño de siempre, a una guardería donde les espera un suplicio? ¿Cómo es posible que nos llegue al corazón el abandono paulatino de los juguetes por parte del niño que siempre ha disfrutado con ellos porque ya se ha hecho mayor? ¿Y cómo es posible que deseemos el bienestar de estos protagonistas y que todo vuelva a la normalidad? Muchas preguntas que se resumen en el sentido o no que tiene la vida: todo cambia, todo varía, todo acaba. Y ese niño que siempre ha jugado con Woody, Buzz, Jessie o los Potato se ha hecho mayor y tiene otras expectativas en la vida. No es que desprecie a sus compañeros de infancia, simplemente ha dado otro paso en su existencia donde ya no los necesita o no se acuerda tanto de ellos. Y su comportamiento es el más normal del mundo, ¿quién no tiene guardados en algún cajón, baúl o trastero sus juguetes de siempre, sus coches, sus muñecos o muñecas o peluches que nos acompañaban en nuestro tiempo libre, y hace años que no pensamos ni siquiera en ellos? Nadie sufre por su soledad y por su silencio en la oscuridad, pero en Toy Story 3 están humanizados, nos plantea cómo sería su realidad y consiguen atraparnos, que formemos parte de sus peripecias y finalmente nos llegan al corazón.
Dentro del discretísimo momento que vive el cine americano, con muy pocas cintas dignas de recordar del año 2010, Toy Story 3 supone un alivio, una bocanada de aire fresco, una tranquilidad de que aún se pueden presentar guiones encima de la mesa con peso, con quilates, con un buen hacer que se echaba en falta. Si durante poco más de una hora unos seres inanimados consiguen hacer reír, llorar, padecer y recuperar nuestra humanidad estamos ante algo grande, que nos devuelve la sonrisa y la esperanza de que el buen cine puede ser sencillo si utilizamos un poco la imaginación.
Sergio Yuguero
!!!!Totalmente de acuerdo. LLegar al Punto de que las sensaciones o sentido humanos sean tocados por esas chispas que despliega esta filme es incríblemente mágico hasta el punto que te hace sacarte una lagrima!!
Coincido con que esta película me conmovió. Obligada, como estoy, a ver toda película infantil que sale a cartelera, por mis dos hijos, debo decir que Toy Story 3 ha sido de las que más me ha gustado. Que nuestras fibras emocionales sean tocadas por la humanización de objetos, es un logro creativo e inteligente. Manejo de psicología humana, sentido común y simplicidad. Un poco de alma de niño, o la sabiduría de utilizar, a su favor, el niño que aún tenemos dentro.
Recomendada 100%.