El Fénix y la tórtola

El Fénix y la tórtola


de William Shakespeare

Voz lírica en hexámetros dactílicos

de Antonio García Vargas


Quiero que el pájaro cante en su trino de notas agudas

desde la altura del único árbol que existe en la Arabia,

quiero que sea el heraldo y clarín que denote tristezas

y que obedezcan su voz sin pensárselo plumas y alas.

Pero también es preciso que tú, vocinglero comparsa,

sucio y mendaz subalterno del vil y embozado demonio,

hombre agorero que anuncias el punto final de la fiebre,

no se te ocurra jamás acercarte en tropel a nosotros.

Debes saber que por fin hay en estas reuniones un veto

para las aves voraces que imponen grillete a las alas,

con la excepción del solemne batir de las águilas todas.

Hay que dictar rigores, guardar del mal estas exequias,

que el sacerdote se vista el sayal y la blanca casulla

como cantor sin igual de los fúnebres sones del alma.

Sean los cisnes del campo agoreros heraldos de muerte

para que el Réquien no olvide acudir a tan trágica cita.

Quiero que tú, con tu oscuro plumaje de cuervo sin alma,

tricentenaria criatura, creador de maldades y razas,

tomes aliento del aire que das y que siempre has quitado

y que camines con nos a la par del dolor y que sufras.

Hoy y aquí, en el instante, iniciamos los cantos del himno:

muertos están sin remedio y por siempre el amor y constancia,

se nos han ido volando dispersos la tórtola, el fénix,

abandonando el lugar en su triste llamear solitario.

Siendo los dos un igual al querer, a tal punto se amaban

que se fundieron en uno los dos, pareciera que el tiempo

en su constante latir los uniera en un único ser,

siendo los dos del amor prisioneros, un todo indiviso

donde medidas y número pierden y ganan sumando.

Dos corazones distintos, distantes, mas nunca alejados

en un constante latir sin medida, ni tiempo, ni espacio:

entre la dulce caricia de amor de la tórtola y fénix

nos regalaron un mundo ideal; un lugar prodigioso”.

Tal resplandor producía el candor de tan tiernos amores

que en el negror de la noche veía la tórtola bienes

en el flamear de los ojos amantes del cálido fénix

porque lo suyo era de ella y lo de ella por suyo sintiera.

Pasado el tiempo la lógica vio su templanza violada,

supo que propio y distinto en esencia nombraban lo mismo

y que al unirse los dos en un nombre y decirse al unísono

no se podía expresar ni sumar ni restar ni ser número.

Esta confusa razón de por sí provocaba un conflicto

pues se veía florecer y a la vez dividir lo creado

porque al momento de ser lo del uno y del otro lo mismo

se convertía en sinrazón la razón; lo sencillo en compuesto.

Llegado aquí exclamó: “¡Si en el dúo prevalece una voz,

valga tan grata armonía, que gocen de un mismo destino!”

Tiene el amor sus razones y al tiempo carece de ellas

si identifica razón y también sinrazón sin distingos.

Y en el momento compuso sin más este hermoso cantar

cual funerario agasajo a la tierna paloma y su fénix,

almas gemelas los dos, compañeros y estrellas gozosas,

como escenario adecuado a su trágica historia de amor.

oooOOOooo


The Phoenix and turtle

Poema original de Willian Shakespeare

Let the bird of loudest lay,

on the sole Arabian tree,

herald sad and trumpet be,

to whose sound chaste wings obey.

But thou shrieking harbinger,

foul precurrer of the fiend,

augur of the fever’s end,

to this troop come thou not near!

From this session interdict

every fowl of tyrant wing,

save the eagle, feather’d king.

Keep the obsequy so strict.

Let the priest in surplice white,

that defunctive music can,

be the death-divining swan,

lest the requiem lack his right.

And thou treble-dated crow,

that thy sable gender mak’st

with the breath thou giv’st and tak’st,

‘mongst our mourners shalt thou go.

Here the anthem doth commence:

Love and constancy is dead;

Phoenix and the turtle fled

in a mutual flame from hence.

So they loved, as love in twain

had the essence but in one;

two distincts, division none:

Number there in love was slain.

Hearts remote, yet not asunder;

distance, and no space was seen

«twixt the turtle and his queen;

but in them it were a wonder».

So between them love did shine,

that the turtle saw his right

flaming in the phoenix’ sight;

either was the other’s mine.

Property was thus appalled,

that the self was not the same;

single nature’s double name

neither two nor one was called.

Reason, in itself confounded,

saw division grow together,

to themselves yet either neither,

simple were so well compounded,

that it cried? How true a twain

seemeth this concordant one!

Love hath reason, reason none,

if what parts can so remain.

Whereupon it made this threne

to the phoenix and the dove,

co-supremes and stars of love,

as chorus to their tragic scene.


END


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