Las Cruzadas II, Caída de Nicea
Mapa de las Cruzadas
Es en el verano de 1096 cuando llegan a los oídos de Kiliy Arslan, sultán que gobierna desde Nicea, rumores de que una inmensa multitud de frany está en camino hacia Constantinopla. No tiene ni idea de lo que pretenden, pero sus movimientos no auguran nada bueno. Lo que sus informadores le transmiten le confunde, pues no son como los grupos de mercenarios que están acostumbrados a ver llegar desde occidente. Hay entre ellos algunos caballeros con armaduras y mucha tropa de infantería; pero junto a ellos van familias enteras: mujeres, niños, ancianos con pinta de mendigos…, pareciera una población expulsada de sus tierras y buscando dónde establecerse. Y algo más curioso todavía: llevan cosidas en sus espaldas tiras de tela en forma de cruz. Pero lo más impresionante es que vienen por decenas de miles; forman inacabables colas por valles y colinas.
El sultán, joven aún y sorprendido por aquello tan difícil de entender, no sabe a qué atenerse, pero, por si acaso, manda reforzar los muros defensivos de la ciudad y vigilar mejor los caminos.
Emperador bizantino Alexios I Komnenos
A primeros de agosto, los frany están cruzando el Bósforo, escoltados por navíos bizantinos; es decir: esta vez esos francos no van a luchar contra los bizantinos, sino que cuentan con su apoyo. Han saqueado alguna iglesia griega, pero no se tapan de exclamar que vienen a por los musulmanes. El emperador bizantino Alejo les ha dejado instalarse en Civitot, a menos de un día de marcha de Nicea. Durante un tiempo se limitan a saquear aldeas y casas de labranza, para regresar de nuevo a Civitot. Pero en septiembre se ponen de nuevo en marcha y esta vez van saqueando todo lo que encuentran, incluso casas de cristianos, matando a quien se les resiste, quemando cosechas, llegan noticias de que incluso han llegado a quemar vivos a niños pequeños… Eso crea el desasosiego entre los pobladores locales, que bullen desconcertados y llenos de ira y de pavor. El sultán, desconcertado, manda una patrulla de caballería para hacer frente a los invasores, pero, muy inferiores en número, los caballeros turcos son destrozados por los frany. Kiliy Arslan, preso de la cólera, quiere mandar a su ejército de inmediato a presentar batalla contra los invasores; sin embargo, los emires de su ejército lo convencen de que es mejor esperar y organizarse bien. Al caer la noche, los francos se retiran y regresan a su campamento. Dos semanas después, envalentonados por su éxito, se ponen en marcha hacia Nicea, la rodean por el este y llegan a la fortaleza de Xerigodon que toman por sorpresa. Sólo que esta vez el sultán está preparado. Sale con sus hombres y rodea la fortaleza tomada, que tiene su aprovisionamiento de agua en el exterior. La sed va a ser su arma contra los invasores. Al cabo de algunas semanas, Reinaldo, el jefe de la expedición cristiana, accede a capitular si se le perdona la vida. Le contestan que, además, deberá renunciar a su religión; para sorpresa de Kiliy Arslan, éste no sólo cede, sino que se muestra dispuesto a luchar contra sus anteriores compañeros. A él y a los que, como él, se prestan a ello, les perdona la vida y los manda prisioneros a ciudades sirias. Los demás son pasados a cuchillo.
Los cristianos han perdido varios miles de guerreros; pero quedan tal vez seis veces más de los que han muerto. El sultán piensa preparar una emboscada contra el grueso cristiano, para lo que manda dos espías griegos al campamento de Civitot para propagar rumores sobre lo sucedido. Al enterarse, los frany gritan insultando a Reinaldo y a sus hombres a los que tratan de traidores y todos tienen los ánimos muy exaltados, por lo que quieren salir de inmediato hacia Nicea para saquearla. Mientras tanto, llega un superviviente de Xerigordon que cuenta lo ocurrido, con lo que vuelven los gritos, las discusiones y la ira. Al final deciden salir al día siguiente y los espías comunican al sultán lo acordado.
Miniatura medieval de Ademar de Monteil (con la mitra)
empuñando la lanza del destino en una batalla de la Primera Cruzada.
Cuando los cristianos salen de su campamento, el ejército turco los está esperando oculto tras unas colinas. En un lugar propicio, una lluvia de flechas cae sobre los primeros caballeros, muchos de los cuales no llevan armadura. Para cuando se entabla la lucha cuerpo a cuerpo, los occidentales están retrocediendo en desbandada. Algunos que buscan refugio en los bosques, son alcanzados. Otros consiguen parapetarse en una fortaleza abandonada y avisan a la flota bizantina que acude a liberarlos. El sultán prefiere no correr riesgos innecesarios y se va. Han sobrevivido unos tres mil hombres; entre ellos, Pedro, el ermitaño, que llevaba unos días en Constantinopla. Más de veinte mil, entre hombres y mujeres, habrán muerto o serán vendidos en los mercados de esclavos.
Ciego de éxito, Kiliy Arslan no atiende a las informaciones que le dan durante el invierno según las cuales vienen nuevos grupos de frany. A comienzos del año siguiente, mientras los nuevos cristianos están llegando, el sultán está ocupado en luchar contra otro turco rival: Danishmend, que reina en el nordeste de Anatolia desde la muerte de su padre Suleimán. Éste ha puesto cerco a la ciudad de Malatya con intención de tomarla y Kiliy Arslan está dispuesto a impedírselo, para lo cual acude con su ejército hasta allí y acampa en las inmediaciones del de Danishmend. Se suceden las escaramuzas y se prolonga la tensión, cuando llega un jinete para comunicar que vuelven los frany, esta vez en mayor número que la vez anterior y no como entonces, con mucha gente en harapos y mal armada, sino caballeros muy pertrechados y, además, acompañados por el ejército cristiano del basileus. Los soldados turcos se inquietan y agitan pensando en lo que pueda ocurrir en Nicea sin ellos allí para defenderla y el sultán intenta calmarlos, pero tampoco él está tranquilo. Propone un pacto a Danishmend y, sin esperar respuesta, ya empieza a mandar soldados a Nicea.
Sitio de Nicea – Primera Cruzada
En unos días se concierta el pacto y Kiliy Arslan se pone en marcha hacia su capital. Para cuando llega a ella, el espectáculo es desolador: está rodeada de cristianos por todas partes. Intenta abrir una brecha por el flanco de apariencia más débil en el cerco cristiano, pero tras larga y cruenta batalla, con pérdidas cuantiosas en ambos bandos, las posiciones se mantienen. El sultán sopesa la situación junto con sus emires y llega a la conclusión de que podrían prolongar el sitio semanas o meses, pero a riesgo de poner en peligro el sultanato, por lo que decide retirarse; pero antes hay que entregar la ciudad al emperador bizantino, antes que a los francos. Negocia con Alejo, y éste presiona y mete prisa pues, dice, los occidentales quieren dar el asalto final. Temerosos de la violencia que conocen de los frany, el sultán acepta las condiciones de Alejo y entrega a éste la ciudad. Las tropas bizantinas entran sin combate en Nicea y perdonan la vida de la familia del sultán: su joven esposa y su hijo recién nacido, que serán trasladados a Constantinopla y, para escándalo de los francos, recibidos con honores allí. Alejo aprovecha el momento para apoderarse de Esmirna, cuyo emir es hermano de la esposa del sultán. En ese momento toda la costa del mar Egeo, sus islas y la parte occidental de Asia Menor pasan del domino turco al bizantino. Pero los rum, aliados con los frany, no parecen conformarse con eso. Y Kiliy Arslan, por su parte, desde su refugio en las montañas, también está preparando su respuesta.
Genial artículo. Sólo una pequeña corrección: al acto de rendirse al enemigo se le llama «capitular», no «recapitular», que es hacer un resumen del contenido de alguna materia.
Tienes razón; se me coló el error. Gracias por la aclaración; lo corregimos.