Las Cruzadas VII, Al-Jashab y el principio de la reacción
Sala de oración o haram en una mezquita turca
Ibn al-Jashab es un cadí pequeñito de cuerpo, pero cuando habla su voz se escucha como si fuera alto y poderoso; parece que creciera a los ojos de sus oyentes. El viernes, 17 de febrero de 1111 (fecha cristiana), ha entrado en la mezquita del sultán, acompañado además de sufís, imanes, mercaderes, incluso de un jerife descendiente directo del profeta. Se ha acercado hasta el imán que daba el jutba (predicación en la oración de los viernes), le ha hecho descender del estrado, ha destrozado las maderas que lo forman y ha levantado su voz con rabia e indignación lamentándose de los males que viene sufriendo el Islam, sus hombres, que son matados, sus mujeres y niños, que son vendidos como esclavos…, mientras sus dirigentes se pelean entre sí y los creyentes lloran y se lamentan impotentes, cuando no permanecen indiferentes como cobardes y como kafir (incrédulo; de ahí viene el vocablo castellanizado: cafre). El revuelo ha sido inmediato; pero acuden responsables del orden y les mandan que dejen continuar la oración, si bien les trasladan la promesa de que se enviarán ejércitos para combatir a los enemigos del Islam.
Pero como no creen en promesas de quienes han demostrado ser poco de fiar, el viernes siguiente repiten la escena, esta vez en la mezquita del mismísimo califa y la rebelión sume en un hervidero a todo Bagdad, justo cuando está llegando a esta ciudad la princesa, hermana del sultán y esposa del califa, procedente de Ispahán. El califa al-Mustazhir-billah se disgusta mucho y quiere prender a los culpables del revuelo; pero el sultán Muhammad le pide que no lo haga, disculpa la actitud de sus súbditos, que puede comprender y ordena a los emires y jefes militares que se apresten para la yihad en defensa del Islam.
Uno de los argumentos de los rebeldes que más ha molestado al califa es que lo acusan de ser menos musulmán que el jefe cristiano de los rum. Y es que Alejo de Constantinopla ha hecho una llamada a los musulmanes a unirse a él para luchar contra los frany y echarlos de “nuestras” tierras, pues, aunque cristiano, se siente oriental y con poco en común con esos “bárbaros” venidos de tierras lejanas haciéndose dueños de todo. Gran parte de la responsabilidad de esta actitud de Alejo Comneno, emperador de Bizancio, la tiene Tancredo, jefe de los francos, que se ha negado a devolver Antioquía a los bizantinos cuando una delegación de su basileus le ha recordado que era eso lo que habían jurado hacer.
Caravanas de camellos. Los comerciantes árabes
expandieron la cultura a otros países
Ibn al-Jashab, además de cadí, es jefe de la milicia urbana de Alepo y mediador con los comerciantes; ya ha tenido enfrentamientos con el señor de su ciudad, Ridwan, en varias ocasiones. En una de ellas, el emir había consentido que los cristianos pusieran una cruz en la cúpula de mezquita y el cadí encabezó una rebelión que obligó al rey a trasladarla a la catedral de Santa Elena. Ridwan le teme y procura no enfrentarse con él pues sabe que despierta más simpatías entre sus súbditos que él mismo. Por eso, cuando Ibn al-Jashab llega a su palacio y le dice que ya está bien de servilismo y que llame al sultán de Bagdad en su ayuda para enfrentarse a los frany, que los cargan cada vez de más impuestos y vasallajes y se van haciendo de más y más ciudades, Ridwan procura no darse por enterado, aunque no se enfrente abiertamente al cadí. Éste no obstante, ha conseguido el apoyo del sultán, que, preocupado por el poderío cada vez mayor de los francos, ha mandado al emir de Mosul, Mawdud, para que, a la cabeza de un ejército bien armado, marche en ayuda de Alepo. Ridwan, al enterarse, calla y reza para que no ocurra nada. Sin embargo, cuando las tropas enviadas por el sultán se acercan a la ciudad, se asusta tanto que manda detener al cadí y a sus partidarios, los encierra en un calabozo de la alcazaba y manda atrancar todas las puertas y patrullar a sus soldados turcos para que eviten contactos entre los pobladores de Alepo y los “enemigos” que se acercan. Cuando llegan las tropas a la ciudad, como el rey, en lugar de darles una bienvenida, les ha negado el avituallamiento que necesitan, los soldados del sultán saquean los alrededores. Surgen diferencias entre Mawdud y otros emires y, al final, las tropas llegadas se van sin haber intervenido contra los frany ni haber librado batalla alguna. Dos años después, el sultán manda reunir a todos los emires, excepto Ridwan de Alepo, bajo el mandato de Mawdud, para aprestarse a la lucha contra los invasores. Es en Damasco donde Mawdud monta su cuartel general; allí es el atabeg Toghtekin quien manda; pero éste está tan asustado como Ridwan y Mawdud es asesinado en plena mezquita de Damasco. El mismo rey franco Balduino, mandó a Toghtekin un mensaje en el que decía: Una nación que mata a su jefe en la casa de su dios se merece que la aniquilen. El sultán Muhammad estalla de ira ante los acontecimientos y forma un ejército de varias decenas de miles de soldados para marchar hacia Siria y poner orden. Cuando en 1115 llega por fin a tierras sirias, se encuentra con que junto a los frany de Balduino de Jerusalén, los de Antioquía y los de Trípoli, están también las tropas de Toghtekin y las de Alepo, sumida esta ciudad en un caos sucesorio entre los hijos de Ridwan, que ha muerto. La lucha se alarga y, al cabo de unos meses, el sultán decide marcharse y no ocuparse nunca más del problema franco.
Sólo dos ciudades costeras de Siria no están en manos francas: son Ascalón y Tiro, en las que Balduino había puesto sus ojos, pues su importancia estratégica es grande al ser el lugar por el que la marina egipcia puede llegar para hacerle frente. Ascalón, en realidad, para escándalo de sus habitantes, se puso bajo el vasallaje de los francos cuando su gobernador prefirió eso a enfrentarse a estos o a tener que arrastrar las consecuencias que tendría la petición de sus súbditos al visir egipcio al-Afdal de que lo destituyera y castigara por entregarse de forma tan vil a los frany. Como consecuencia, los habitantes de Ascalón se rebelan, matan a su gobernador y a los trescientos caballeros francos que Balduino había enviado para defenderlo y continúan libres de la ocupación franca por otros cuarenta años. Balduino intentó entonces tomar Tiro; pero la resistencia de sus habitantes, que conseguían destruir sus torres de asedio antes de que los soldados pudieran entrar en la ciudad, también se lo impidió.
Balduino II, sucesor de Balduino I
El jefe franco se ha lanzado incluso a la absurda tarea de invadir Egipto con doscientos caballeros. Tomarán sin resistencia la ciudad de Farama, pero Balduino cae enfermo y muere. Al-Afdal, humillado, pierde el control de la situación y es asesinado en una calle de El Cairo. Al franco le sucederá su hijo Balduino II de Edesa.
Para evitar que Alepo, ciudad fronteriza de gran importancia estratégica, vuelva a ponerse del lado de los frany, su cadí Ibn al-Jashab consigue que los notables de la ciudad, a pesar de sus reticencias, acepten ponerse bajo el gobierno del emir de Mardin, Ilghazi y éste, como gesto simbólico para legitimar su poder sobre Alepo, se casa con la hija de Ridwan. Por primera vez, Alepo tiene un jefe dispuesto a combatir en lugar de entregarse servilmente a los invasores. En 1119, su ejército marcha contra el de Antioquía y lo derrota en la llanura de Sarmada; el señor de aquella ciudad, sire Roger, muere en la batalla. Todo el mundo espera que Ilghazi asalte la ciudad que se ha quedado diezmada en su tropa y sin jefe. Los defensores deciden desarmar y encerrar en sus casas a los cristianos orientales (armenios, griegos y sirios) temerosos de que se pongan de parte de los musulmanes pues acusan a sus correligionarios de no respetar sus ritos y de darles sólo empleos subalternos, lo que no les ocurría con el gobierno musulmán. Pero Ilghazi, borracho, como es costumbre en él, esta vez con la excusa de la celebración de su victoria, ha dejado pasar los días y ha dado tiempo a que llegue el ejército del nuevo rey de Jerusalén. Ilghazi morirá tres años después, destrozado por su afición a la bebida, sin haber sabido aprovechar sus éxitos militares. Su sucesor va a ser alguien cuyo nombre correrá en poemas épicos y en leyendas como un héroe: Balak. Éste consigue tomar prisionero a Jocelin, que ha sustituido a Balduino II como conde de Edesa. El rey de Jerusalén acude en auxilio de su vasallo, pues Edesa se ha quedado sin jefe y, acampado en una zona pantanosa cercana a la ciudad, es sorprendido y hecho también prisionero por los soldados de Balak. En 1123, Balak, que también se ha casado con la hija de Ridwan, toma todas las ciudades que rodean Alepo y, llamado por los tirios para defender Tiro que está rodeada por tierra y mar (su puerto está bloqueado por una escuadra de más de cien navíos venecianos que consiguieron tomar por sorpresa a la flota egipcia y derrotarla), acude a auxiliarlos, mientras deja a un lugarteniente al mando de la tropa que en ese momento está asediando Manbiy. Pero una flecha alcanza a Balak frente a las murallas de Tiro y muere a consecuencia de las heridas. Al enterarse de la noticia, los tirios se desaniman y deciden negociar la rendición.
En Alepo, a Balak lo sucede el hijo de Ilghazi; un joven de diecinueve años que, en palabras del cronista Ibn al-Atir, sólo piensa en divertirse. De hecho, abandona la ciudad nada más tomar el poder y pone en libertad a Balduino II a cambio de veinte mil dinares. Unas semanas después lo tendrá frente a las murallas de Alepo, dispuesto a tomar la ciudad. Es el cadí Ibn al-Jashab, en ausencia de su emir, el que tendrá que asumir la responsabilidad de defenderla y apenas dispone de una milicia de unos cien soldados. Manda un emisario al emir para que acuda a defender su ciudad, pero éste manda encerrar al emisario que “se permite importunarlo”. Al-Jashab, entonces, llama en su auxilio al emir de Mosul, en ese momento al-Borsoki, que se pone en camino de inmediato. Su llegada sorprende a los frany que huyen en desbandada; pero al-Borsoki no quiere perseguirlos, cansado como está de tanto viaje y deseoso de visitar su nueva posesión. Los francos tendrán de nuevo tiempo de recuperarse; pero esta vez ha nacido una alianza entre Alepo y Mosul que será el núcleo de la nueva resistencia contra los frany.
Alamut, montaña donde instauró su sede de El viejo de la montaña: Hassan-ibn-sabbah, fundador de la secta de los hashashin
La intervención tan señalada y fundamental para la unión de los musulmanes de aquellas tierras contra sus invasores del cadí al-Jashab, va unida a su celo contra una extraña secta de origen oscuro; y eso le va a costar la vida. Es la secta de los ashashin (fumadores de hashis), más conocida como la secta de los “asesinos” (esa palabra pasará al vocabulario occidental a través de ellos). Su principal forma de intervención es el asesinato mediante voluntarios suicidas que, a costa de su vida, asesinan a quien su jefe les ordena (en pleno siglo XXI algunos presuntos islamistas –así se autodenominan, aunque cualquier musulmán podría poner en duda su islamismo teniendo en cuenta la cantidad de preceptos del Islam que se saltan- les han tomado el relevo). Pero ese extraño y oscuro grupo necesita un capítulo aparte y el próximo lo dedicaremos a intentar conocerlos hasta donde nos sea posible.
Hassan-Ibn-Sabbah