Las Cruzadas XVI
Recién llegado a Oriente, Ricardo pide a Saladino entrevistarse con él; pero éste le contesta que los reyes sólo se ven cuando llegan a un acuerdo pues no es bueno guerrear contra quien ha comido contigo. Será con su hermano, al-Adel con el que acabará viéndose y, a pesar de ser rivales, va a surgir entre ambos una mutua admiración que podría tildarse de amistad.
No obstante, Ricardo no ha venido para negociar. Quiere recuperar Jerusalén y su primer paso ha de ser conseguir Acre, que sobrevive a su sitio cada vez más hambrienta y aislada. En julio de 1191, después de que los emires de Saladino no quisieran seguirle en su petición de asalto en masa contra los sitiadores, los cruzados toman Acre.
Saladino intenta negociar la suerte de los varios miles de cautivos que Ricardo ha hecho entre los soldados vencidos. Pero Ricardo tiene prisa, quiere aprovechar el momento de júbilo para lanzar una ofensiva y los prisioneros le estorban. Cuatro años antes, Saladino se había visto en una situación similar y su solución fue liberar a sus prisioneros (algo que sus propios emires acabarán echándole en cara cuando los llama a la lucha por Acre). Ricardo, en cambio, los manda ejecutar a todos para verse libre de esa carga.
Ricardo sigue intentando negociar con al-Aldel y le explica que Jerusalén es la ciudad santa del cristianismo y que no piensan renunciar a ella y le solicita la “vera cruz” que es algo de un valor inestimable para ellos, mientras que para los musulmanes es sólo un trozo de madera sin valor (el profeta Isa –Jesús-, según el Corán no murió en la cruz). Al-Aldel le responde que tan santa es para el Islam Jerusalén como para ellos y que la cruz es una baza en sus manos que no entregarán si no es por una contrapartida valiosa para el Islam.
Ricardo sorprenderá a todos con una propuesta que nadie espera: su hermana, que ha viajado con él a Oriente y ha enviudado de su marido, el señor de Sicilia, se casaría con al-Aldel y ambos recibirían a cambio todo el litoral del sahel, desde Acre hasta Ascalón; a cambio, el sultán nombraría a Ricardo rey del sahel y le devolvería la cruz y, una vez establecida la paz, el rey de Inglaterra se volvería a su tierra allende los mares. A al-Aldel le gusta la idea y manda a un emisario para que convenza a Saladino de que la acepte; en efecto, éste la acepta; pero cuando mandan a un mensajero para que comunique a Ricardo la respuesta, éste les dice que su hermana se ha puesto furiosa cuando le ha explicado la propuesta y que no es posible pues su hermana dice que nunca se entregará a un musulmán.
Saladino se confirma en la sospecha que albergaba de que toda esa maniobra no era más que una trampa para indisponerlo con al-Aldel, su hermano; el rey inglés llevaba tiempo tratando con condescendencia a al-Aldel, al que incluso lo trata de “hermano”, y suponía que Saladino rechazaría la propuesta de matrimonio; pero al no salir la cosa como la preveía, se ve obligado a desvelar su doble juego. Vuelve a solicitar una entrevista personal con Saladino pero la respuesta de éste sigue siendo la misma y la situación se enroca durante un año más.
Ricardo, que quiere volver a su país, se dirige en dos ocasiones hasta Jerusalén con intención de atacarla, provocando el miedo entre los habitantes de la ciudad que temen el prestigio alcanzado por el rey inglés y su combativo ejército. Pero ninguna de las dos veces se decide a atacarla. En cambio construye una formidable fortaleza en Ascalón, con intención de convertirla en punto de partida de una futura expedición hacia Egipto. Sin embargo, Saladino le exige que, si quiere hablar de paz, desmantele lo construido piedra por piedra.
En agosto de 1192, Ricardo, enfermo y acosado por algunos de sus subordinados que lo acusan de no haber recuperado Jerusalén e incluso de ser el instigador del asesinato de Conrado, un jefe franco que no tenía especiales simpatías por el inglés, vuelve a solicitar a Saladino que le deje Ascalón y que si no se firma una paz que ambos acepten, se verá obligado a pasar otro invierno allí. Saladino le contesta que no acepta lo de Ascalón y que él va a estar allí todos los inviernos y todos los veranos hasta que uno de los dos venza, y le recomienda que se vuelva a su tierra con su familia y disfrute de la vida.
Ricardo que se ha enterado de que en su país tiene problemas con los franceses, ante la actitud del musulmán, decide renunciar a Ascalón y firma una paz para cinco años según la cual, los europeos conservan la zona costera que va de Tiro a Jaffa y reconocen la autoridad sobre el resto, incluido Jerusalén, de Saladino. Los guerreros occidentales pueden visitar los Santos lugares con el salvoconducto del sultán y así lo hacen en gran número; los más importantes incluso son recibidos e invitados a su mesa por Saladino. Sin embargo, Ricardo, que no quiere entrar como invitado en una ciudad a la que hubiera querido entrar como conquistador, se niega a acudir. Se irá un mes después sin haber visto ni el Santo Sepulcro ni a Saladino.
Detalle de la escultura de Maimónides, Córdoba. Foto de Hashim Cabrera
El sultán ha salido triunfante de su enfrentamiento con Ricardo Corazón de León, pero su autoridad sobre sus emires se ha deteriorado y su salud está cada vez peor. Se ha hecho con los servicios de un médico judeoárabe procedente de al-Ándalus (Musa Ibn Maimun, más conocido en occidente como Maimónides), pero su debilidad crece y se siente al borde de la muerte. Tiene cincuenta y cinco años, pero se siente más viejo y se retira a Damasco porque presiente que se va a morir y quiere hacerlo rodeado por los suyos.
El 2 de marzo de ese año, Saladino muere en Damasco. La mayor parte de los productos que se usaron para lavar el cuerpo y envolverlo con su sudario hubo que pedirlos pues Saladino no conservaba nada suyo. Lo enterraron a la hora de la oración musulmana de la tarde.
Emilio Ballesteros
Mezquita de Los Omeyas, Damasco, lugar que alberga la tumba de Saladino y sarcófago donde reposan sus restos.