Margot ha vuelto

La vida nos sorprende a cada instante, a la vuelta de la esquina podríamos encontrar unas palabras, una imagen, una idea, una persona que nos abriría la visión de nosotros mismos

Víctor Manuel Pazarín

A Fanny Enrigue


Me encontré a Margot.

Estaba yo sentado en las escalinatas de la Rambla Cataluña, en mi tiempo de comida, evitando la conversación de la gente en la cocina, donde se tejen alucinantes verborreas en contra de los otros y de uno mismo. Sé muy poco responder sobre mí mismo, e intento evitar cualquier contacto insano… ¿O será que la vida me ha tornado en un endurecido misántropo?

Trataba de desentrañar las palabras leídas en un ensayo de Rosario Castellanos (“Ninguna constelación de acontecimientos es definitiva como para constituir una historia, porque tendría entonces que fundarse en alguna necesidad ontológica o lógica y no obedecer, en cada versión que se hace de ellos, a un mero orden verbal…”), sobre el sentimiento metafísico en la obra de Witkiewicz, cuando levanté la mirada, porque unos ojos me miraban con insistencia.

Fue entonces que vi venir a la gitana hacia mí…

—¿Quieres que te lea la suerte? —enormes los ojos, bellos y hechizantes.

—No —se había acercado a mí. Y abandonado a un niño que traía de la mano.

—¿Te da miedo?

Le respondí que “No”, pero las piernas me comenzaron a temblar. Quizás era el efecto de un antiguo recuerdo: cuando niño, en Zapotlán, bajé de la colina donde vivía hasta el plan, una mañana relumbrante de sol, a comprar cerillos para mi madre. En el camino escuché el rumor de que en la calle Belisario Domínguez —a donde iba yo— se habían instalado los “Húngaros”.

Era cierto. Una suerte de coloridas tiendas se alzaba a lo largo de la cuadra. Y nos habían dicho desde siempre que los “húngaros” se robaban a lo niños… el hermoso griterío de esa gente me sedujo y me paralizó. Me quedé unos instantes como hipnotizado, al salir de la tienda de abarrotes. Luego me eché a correr, colina arriba, porque una mujer me llamó a su lado. Como alma que se lleva el Diablo y con el corazón saliendo de mi cuerpo, pude llegar a casa. Toda la mañana estuve vigilante en lo alto del cerro, pero los “húgaros” no fueron hasta allí.

Ese mismo temblor volvió en el instante en el cual los bellos ojos de la gitana y los míos se detuvieron frente a frente. “No”, me escuché decir de nuevo. Y ella sonrío y se sentó junto a mí. Me pidió una moneda. Se la di. Y esa fue la señal para que se quedara.

Acepté, entonces, y le tendí la mano. Leyó las líneas de mi Destino. Me dijo cosas hermosas que no repetiré. O sólo algunas: “Una persona cercana a ti te tiene una envidia desmedida…”  “Serás una persona importante en la historia”. “El próximo año —el 2011— te irá muy bien…” “Vivirás muchos años…”.  Y dio una cifra y repitió frases —idénticas a otras escuchadas a lo largo del tiempo—, que me hicieron recordar a otras adivinas. Entonces temblé y ella lo supo.

—¿Cómo te llamas? —me preguntó.

Le dije mi nombre que escuché repetido en sus labios.

—Víctor Manuel, préstame un billete para hacer una oración por ti. El de “más alta cantidad” que traigas, no te lo voy a robar, sé que eso estás pensando.

Saqué la billetera y le di uno de veinte pesos.

—No, el otro que traes, el más grande…

Le dije que ese estaba bien y volvió a repetir que no me lo robaría. Como no acepté, entonces me pidió que me inclinara para orar por mí. Lo hice con toda devoción.

A cada frase suya se inclinaba hacia mí y tocaba con su mano mi pierna: Mostraba sus amplios senos rizados por el frío. Yo los miré con ardor y comenzó a recorrerme una tibieza dulce que ella notó. Luego paró. Me pidió le regalara el billete y me negué. Como no iba a conseguirlo, se despidió. Le pregunté su nombre mirando sus senos. “Margot”, me dijo. En sus labios y en su mirada descubrí una sonrisa llena de picardía. En sus hermosos ojos grandes supe que la había encontrado antes, en 1988; se lo iba a decir, pero no hablé. ¿Sería ella la Margot que había conocido en el Jardín de La Gaceta hace veintidós años, y me había dicho las mismas palabras? Nada dije. Lo que hice fue verla desaparecer entre la gente…

Esto ocurrió hace quince minutos. Eran las cuatro y veinte del día 18 de noviembre del Año del Señor de 2010. Caía un hermoso sol en Guadalaxara, capital de la Nueva Galicia del Nuevo Mundo.

Vine, amiga, y te busqué para contártelo.

Victor Manuel Pazarín


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