El 13 de febrero de 1895, los hermanos Louis y Auguste Lumière patentaban un extraño aparato que, según ellos, servía para la obtención y visión de pruebas cronofotográficas, y que habían patentado con el nombre de cinematógrafo (del griego «kinema», movimiento, y «grafein», grabar). Los Lumière, hijos del dueño de una fábrica de artículos fotográficos de Lyon, pensaban que su invento habría de tener aplicaciones científicas o, a lo sumo, recreativas. La idea venía precedida por otros muchos descubrimientos anteriores. Además de la fotografía, se conocía por entonces la linterna mágica, que era un aparato capaz de proyectar fotos fijas, y, en 1889, Edison había inventado la película de celuloide, una banda con muchas fotografías unidas que, al pasar rápidamente dentro de una caja negra, causaban una sensación de movimiento.
«Quizá si encontrara —pensaba Louis— un dispositivo de arrastre que hiciera pasar la película con la intermitencia adecuada ante el foco de proyección, las fotos aparecerían consecutivamente en la pantalla, el ojo humano las percibiría continuadamente y la sensación de movimiento se lograría». Reparó entonces en las excéntricas que movían los telares de Lyon: unas piezas que giraban mucho más lentamente que las ruedas normales, y se dio cuenta de que había dado con la solución. Al día siguiente comunicó el descubrimiento a su hermano y ambos comenzaron a filmar su primera película, la Salida de los obreros de la fábrica Lumière.
El 22 de marzo presentaron su invento en la Sociedad de Fomento de la Industria Nacional. Finalmente, el 28 de diciembre realizaron la primera sesión pública, en el Salón Indio del Gran Café de París. En la puerta colocaron un cartelón que decía «Cinematógrafo Lumière». Al comenzar la sesión sólo había 33 espectadores, muy escépticos.
De pronto se apagó la luz y, ante los asombrados ojos del público, las imágenes empezaron a moverse. Se trataba de la Llegada del tren. La proyección creó verdadero pánico en la sala, pues pensaban que la locomotora se les iba a caer encima. En los días siguientes, grandes colas se formaron junto al Grand Café y los periódicos comenzaron a difundir la noticia. Un año después, en 1896, los Lumière presentaban el que habría de ser el primer film con argumento: El regador regado. No pasó demasiado tiempo para que la compañía Pathé diera inicio a la producción de películas de espectáculo.
Y es que, en efecto, tras el invento de los hermanos Lumière, el cine iba a convertirse en una gran industria. Uno de los espectadores que asistió a la primera representación de los hermanos Lumière, era un hombre llamado Georges Méliès. Director de teatro y gran aficionado a la magia, Méliès intuyó enseguida las posibilidades que podía tener aquel invento, y quiso comprar uno de aquellos artilugios a los Lumière, que se negaron. Pese a todo, un tiempo después, Méliès se enteró de que William Paul, en Inglaterra, acababa de lanzar al mercado aparatos similares, y entonces adquirió uno junto con varios miles de metros de película.
Una mañana, cuando se hallaba con su cámara y su trípode rodando en la plaza de la Opera, en París, la cámara se atascó y la película se detuvo. Méliès arregló el desperfecto y continuó rodando. Después, cuando proyectó la película en su casa, se llevó una sorpresa, pues donde antes había unos hombres, ahora se veían mujeres, y aquel autobús que pasaba se convertía de improviso en un coche fúnebre. Era el sueño de cualquier mago, y Méliès supo aprovechar enseguida las posibilidades de su hallazgo. Su primera película con este truco dejó atónito al público. Una dama desaparecía en un jardín y los espectadores no conseguían explicárselo. Continuó rodando cientos de películas fantásticas con gran éxito de público, y llegó a construir unos primitivos estudios, primero con luz solar y después eléctrica. Entre sus 500 películas, su mayor éxito fue Viaje a la luna, que hizo de él uno de los productores más importantes del mundo.
La salida de Misa Mayor del Pilar de Zaragoza (de Eduardo Jimeno, 1896), Salida de los trabajadores de la España Industrial (de Fructuoso Gelabert, 1897), y Reportaje sobre la visita de Alfonso XII a Barcelona (del mismo autor y del mismo año), son las primeras películas rodadas en España, en la misma línea de cine documental que habían iniciado los hermanos Lumière en 1895 con La Salida de la fábrica, La llegada de un tren o Los bomberos.
Otro de los hombres que contribuyó a la cimentación del cine como espectáculo en Francia fue Léon Gaumont, quien procedía, como casi todos los pioneros del cine, del mundo de la fotografía. Durante algún tiempo, Gaumont se dedicó a la fabricación y venta de aparatos fotográficos; también se dejó interesar por el cine, pero fundamentalmente en sus aspectos técnico y mecánico. Fue Alice Gay, su secretaria, quien en 1898 lo convenció para que montara unos pequeños estudios y se dedicara a la producción de películas. Ella misma se comprometió a ser la directora, y así los estudios Gaumont empezaron a lanzar los primeros films de Alice, que obtuvieron gran acogida. Esto animó a Gaumont a ampliar su negocio, y en 1905 contrató a Louis Feuillade como director artístico. Poco más tarde, los estudios Gaumont eran considerados los más grandes del mundo. Todas sus películas llevaban la marca de Gaumont, una margarita, que en aquel tiempo era tan famosa como habría de serlo el león de la Metro Goldwyn Mayer. También fue Gaumont el primero en concebir el cine como espectáculo de masas: adquirió el hipódromo de la Place Clichy y lo convirtió en un local grande y lujoso, el Gaumont Palace que, con sus cuatro mil localidades, es todavía una de las salas más grandes de Europa.
En un inicio, los directores realizaban sus películas como si se tratara de obras teatrales filmadas. Tal era el caso de los Lumière, por ejemplo. Y es que en Europa la tradición escénica era muy fuerte. No obstante, en los Estados Unidos dicha tradición no existía. Nacido en Kentucky, y contratado por la Biograph como actor y guionista, David Wark Griffith habría de dirigir películas en las cuales se aprovecharía tal diferencia. Enseguida Griffith se dio cuenta de las posibilidades expresivas que las imágenes contenían al ser combinadas en el laboratorio, y no tuvo ningún reparo en utilizar las fórmulas más audaces. Lo único que se precisaba era cortar la película con unas tijeras, introducir en medio las fotos que se deseaba que apareciesen a continuación, y volver a pegar. En su primera película, Las aventuras de Dolly, aparece por vez primera en la historia del cine el flashback. De hecho, muchos directores creían que el público no iba a entender lo que, al principio, parecía una confusión de imágenes, pero pronto se dieron cuenta de la gran facilidad con que los espectadores iban aprendiendo el lenguaje cinematográfico. De esta manera, movido por formas narrativas cada vez más audaces, Griffith llegará a realizar, en 1915, El nacimiento de una nación, película en la que se narra la Guerra de Secesión a través de un lenguaje ya puramente cinematográfico, completamente distinto al de cualquier otro modo de expresión. La película, que defendía la causa del Sur (la familia de Griffith era sudista), levantó grandes polémicas; no obstante, alcanzó buenos resultados comerciales.
Con este film y con el siguiente, Intolerancia, el cine comenzaba a demostrar que podía, efectivamente, llegar a ser considerado un arte. Intolerancia (1916) era una película mucho más ambiciosa que El nacimiento de una nación. Con gran despliegue de medios, narraba cuatro episodios de la historia de la humanidad cuyo denominador común había sido la intolerancia: la caída de Babilonia, la pasión de Cristo, la noche de San Bartolomé y un episodio de comienzos del siglo XX. La película, que duraba tres horas, suscitó admiración en la crítica mundial, pero fue un fracaso comercial, y Griffith tuvo que abandonar su independencia artística y someterse al dictado de las casas productoras. A partir de entonces, su arte ya no alcanzaría cotas tan altas, pese a que realizaría aún películas tan estimables como Blossoms (1919) y Way Down East (1920).
Curiosamente, parece que Griffith mismo no era demasiado consciente del alcance de sus innovaciones. Se dice que muchas de las técnicas que introdujo habían sido pensadas, cuando menos en un inicio, como «paliativos» frente a deficiencias aparentemente insalvables. Así, por ejemplo, el close-up o primer plano habría respondido a la ausencia de pantallas lo bastante grandes como para distinguir, desde la última butaca, la expresión facial de los actores vistos de cuerpo entero. Parejamente, el travelling habría nacido por la sencilla razón de que las pantallas eran fijas y cuadrangulares en vez de continuas y «circundantes»…
Sólo era el principio. A partir de aquí comenzaría el sueño hecho realidad, un nuevo arte acababa de nacer….
© Sergio Yuguero