Sin embargo, la visión de aquel mundo, tan distinto al reino de Ténebrus, desde antes incluso de su llegada a las mismas puertas de las ciudadelas de las Tierras de Esmeralda, le pareció irreal y maravillosa.
Mirando hacia unos artefactos voladores pilotados por unos jóvenes como él, que salían de las altas torres, dijo:
—Egregius, ¿ves tú lo mismo que yo?
—Por supuesto. Son Tilsmans, y en ellos van nuestros valientes adolescentes.
Akótlythos suspiró. Indudablemente, se encontraban en una tierra muy diferente de la que habían dejado atrás. ¿Era ése el mundo de Egregius Vetulus? Si en aquélla —la tierra de Ténebrus— había frío y oscuridad, aquí había luz y claridad.
Por fin estaban frente a las puertas del castillo de Mytos. Habían llegado por el camino llamado Kéleuthos, que quiere decir: «Aquel por el que caminan juntos los compañeros».
—El castillo que tienes enfrente se llama Mytos. Y aquellos dos, Circe y Artemisa. Hemos llegado sanos y salvos a los tres reinos —dijo Egregius Vetulus Magus, que parecía encantado de sí mismo.
De los castillos continuaban saliendo una especie de grandes aves. Volaban de un castillo a otro y daban vueltas en círculos lentamente por el cielo o bajaban suavemente hasta el valle.
—¿Y por qué los llamáis Tilsmans? —preguntó Akótlythos, que parecía sorprendido de verlos.
—Te diré un secreto: el nombre se lo puso el primer joven que voló en uno, y tiene que ver con la palabra Talismán, que es como decir que Tierras de Esmeralda se trata de un objeto mágico. ¡Y lo es! Poder volar así, de esa manera, a la altura de los halcones y los buitres leonados…
—¿Volar en ellos? ¿Las personas quieres decir?
—Por supuesto. Son dirigibles. Si miras bien, verás que en ellos van algunos jóvenes. —Bajo las grandes alas triangulares se dibujaban las figuras de algunos adolescentes—. Se pueden doblar en dos para acarrearlos a mano de un lugar a otro. Tienen un arnés en donde las personas pueden sujetarse e incluso recostarse. Los sujetos despegan por su propio pie, igual que haría un pájaro, corriendo desde las montañas o desde las plataformas de salida de los castillos. Se lanzan a correr y… ¡Mira! —Akótlythos volvió la cabeza—. ¡Allá sale uno!
En el cielo, uno de aquellos triángulos se alejó del castillo, y tras planear y ascender, se unió a un grupo de voladores de Tilsmans que daban vueltas en el aire, subiendo cada vez más arriba como hacen las cigüeñas,
volando en amplios círculos, ascendiendo cada vez más y más alto.
Akótlythos los miraba maravillado.
—¿Quieres decir que hay plataformas de salida en los castillos?
—¡Por supuesto! Para los jóvenes… Los mayores, en cambio, somos
gente de reposo. Nos gusta estar sentados al sol como salamandras o como lagartijas. Un poquito de sol aquí y otro poco allá, y mientras tanto un poco de conversación con éste y otro poco con aquél. Pero
en tierra, chico. ¡Nada de alturas! Es lo que pasa cuando se llega a viejo. Se desestiman los riesgos, y la vida pierde… ¿Cómo te lo diría? ¿Pierde un poquito de su encanto? Pues sí, es eso. Pero gana en otros aspectos. ¡Y mucho! Créeme.
—Entonces… ¿Dices que vuelan como los pájaros?
—¡Así es! Los Tilsmans más grandes pueden llevar dos personas.
Y los normales, una. ¡Están preparando un Tilsman capaz de llevar tres personas! Y quieren hacer uno de seis. Hay plataformas de lanzamiento en las altas torres. En otros castillos esos salientes se usan para la guerra y los llaman cadalsos, pero aquí los hemos reconvertido en plataformas de salida de vuelos Tilsman. Además, se hacen competiciones. ¿Te lo había dicho?
A Akótlythos se le iluminó el rostro. Las únicas competiciones que había visto eran de levantamiento de piedras o de tiro de bueyes; incluso, una vez, vio una riña de gallos, competiciones propias de los campesinos. Por eso la idea de participar en una competición de vuelos Tilsman y ser un joven volador le pareció maravillosa.
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