Reflejos en la pared
-¿Dónde te habías metido? -Le preguntó extrañado.
-¿Dónde estabas tú que no me has visto? -Contestó sonriendo. Y mirándolo a los ojos le dijo:- Siempre he estado aquí.
La noche llevaba silbidos de un viento que se colaba por la ventana entreabierta y movía la bombilla que, enganchada en un simple cable, colgaba del techo. La luz y la sombra oscilaban en la pared y alternaban su cara y su cruz al vaivén del improvisado péndulo.
-¡Cierra la ventana! -Le gritó nervioso y, en su cara desencajada, se abrieron de par en par sus ojos ensangrentados por un miedo incontenible. No esperó a que ella cerrara la ventana. Dio un salto y corrió a cerrarla. Los postigos crujieron y se hizo un extraño silencio. Se dejó caer en el sillón de mimbre que había cerca de la ventana y, con las manos fuertemente cruzadas sobre la nuca, hundió la cabeza en sus rodillas. Ella, de pie en el centro de la habitación, lo miró sin decir nada. Pasó un largo rato antes de que aquellas manos se relajaran y cesara la tensión sobre la nuca. Entonces le preguntó:
-¿Le tienes miedo al viento?
Al oír su voz, él levantó la cabeza y, mirando con ojos aún idos la pared en donde bailara el reflejo de la bombilla, murmuró:
-Las sombras. Las sombras…. Esas sombras que se mueven.
-Tú trabajas en las sombras -aclaró con la mirada pícara de quien conoce un secreto-. Tienes miedo a otro tipo de movimiento -y, con la calma que regala la voz de la razón, concluyó:- Le tienes miedo a la luz.
©Mara Romero Torres