Salomé Ortega, España
Salomé Ortega nació en Campo Cámara, provincia de Granada. Ella y su familia se trasladaron a Madrid cuando Salomé contaba con tres años.
Su pasión por la literatura comenzó, desde la infancia. Además de “Perdí las Estrellas”, Salomé Ortega ha publicado otros libros, como “Los Siete Velos”,”, “Granada Abriéndose” título que le puso su amigo Luis Rosales. “La sabia Insinuación de las Cosas”, Luís Landero, entre otras cosas, dijo “…una verdadera fiesta para los sentidos…”. Miguel Delibes declaró, “…es una obra llena de expresividad…”. “Déjame Ser tu Derrotada Estrella”. Acompaña al libro un CD. Textos: Salomé Ortega. Guitarra: José Gras. Canciones: Luís Eduardo Aute y Amancio Prada. Lecturas: Luís Eduardo Aute, Amancio Prada, Andrés Aberasturi, Ramón Trecet, Andrés Sorel, José Carlos Plaza, Lolo Rico y Salomé Ortega.
Premiada en el prestigioso Certamen Internacional – Encarna León- de la Ciudad de Melilla por su libro “La alfombra De La Palmera y la Media Luna” una protesta bella y terrible, dice José Antonio Marina en el prólogo.
Colabora en varias publicaciones. Ha dirigido y presentado programas de radio. Ha organizado coloquios y lecturas poéticas y participado en TV en programas culturales. Sus versos han aparecido en numerosas publicaciones de medios de comunicación de todo el mundo y sus libros se están traduciendo a varios idiomas. Forma parte de la comisión Internacional representando a España en el PEN CLUB.
“Perdí las estrellas”, Este libro en realidad está formado por dos novelas cortas, tienen en común la historia de una mirada, desprenden momentos de lirismo intenso y soledad por el paso del tiempo, con las luces y las sombras de la vida culminan en la esperanza de una luz más allá de este mundo.
Dijo Javier Lostalé entre otras cosas, en la presentación del libro en el Corte Inglés de Madrid: “Perdí las Estrellas, es un libro que durante mucho tiempo cantará su sombra en nuestra sangre”. Antonio Sánchez Trigueros lo define como una joya para la literatura. Luis Eduardo Aute dice: “Es lo mejor que se ha escrito en este país desde hace mucho tiempo. Prosa poética en Estado puro. BELLEZA con MAYUSCULAS. Milagro poético…” Antonio colinas comenta en el prologo: “Salomé Ortega también sabe “descender” en esta aventura suya que supone buscar la palabra nueva, Resulta así la memoria no sólo un medio ideal para testimoniar sobre los temas tratados, sino también un medio para superar a la mismísima muerte. Un libro que vuelve a resaltar a Salomé Ortega como una de las figuras más relevantes de la Literatura Española.”
José Montero Padilla, dice: “Literatura ambiciosa es la que escribe Salomé y lo consigue…”
El libro “Perdí las Estrellas”, en realidad está formado por dos novelas cortas, “Memoria y Olvido” y “Esta Ausencia Tuya”, tienen en común la historia de una mirada, desprenden momentos de lirismo intenso y soledad por el paso del tiempo, con las luces y las sombras de la vida culminan en la esperanza de una luz más allá de este mundo.
El frio que me vela, último libro de Salomé Ortega del que Luis Garcia Montero en la presentación dijo: “es un ejercicio de depuración donde está involucrada con la misma fuerza con la misma exigencia la conciencia y la sensibilidad…”
Pepe Viyuela dice: “…Al terminar de leer la primera vez El frío que me vela sentí haber sido testigo de una hermosa nevada, de un lento caer de imágenes cargadas de belleza. Hay en sus páginas una visión panteísta que acaba por volver sagrado todo lo que toca. Un panteísmo inverso que no busca a dios en lo que ve, sino que lo pone con mirarlo.
Los ojos de Salomé Ortega, ojos, sin duda, de poeta poseen el filtro del lirismo, y desde El frío que me vela nos llega el contagio y acabamos hermosamente enfermos de Poesía, recibimos el reflejo de esa mirada y ya estamos tocados de locura”.
POEMAS
Tengo frío,
me cubren la noche
y las rosas.
Al amparo del granado,
ha temblado la luz en la sombra.
El laurel de mi jardín
Es aroma solitario
En la noche oscura
¿Y si me muero ahora?
¿alcanzarán la luz los pájaros
antes que mi alma?
¿Qué son las olas
sino hatillos de plata,
vendaval de abanicos,
torbellinos de nácar,
hueca sed en el vientre de la sal,
en el esplendor de la ira,
hadas umbrías,
arenas de vidrios cribados de ocaso,
masacradas de luz?
¿qué son, sino aire
y tu nombre?
Entre el ramaje melancólico
del jardín en invierno
un mirlo canta y
de su plumaje negro,
el único color en esta tarde fría,
su pico amarillo,
Como un rayo de sol
escapado entre las nubes.
Cada vuelo de la mariposa,
es un impulso en el aire,
una frágil apariencia
sostenida en una flor.
La poesía es la sal de la ola,
que estalla en la luz.
Vestí mis labios de rosa,
para besar la luna
y darle color.
Renunciaré al soy
Para obtener el Yo.
La majestad de la eternidad
En el lecho de la muerte.
Anhelo el lugar de la Gran Luz.
Estar y no dejar de ser.
Hay un etéreo vacio,
donde se oculta la nada,
en sus momentos de descanso.
La muerte se lleva la vida
Porque sin ella no sería nada.
Te quiero siempre,
En las azuladas sombras,
O con el sol luciendo
En las lindes de los campos.
Fragmento de “La Alfombra de la palmera y la media luna”
¿Piensas en el Cairo? yo lo recuerdo a menudo, fue allí donde
concebí el asomo del llanto en un azote, era un cuerpecito
solitario pendiendo de un pie, luego me acostaron a la vera
de nuestra madre, me amamantó mudamente en un lecho
de fatiga, llegó papa con una veta sanguinolenta en los ojos,
y maldijo que fuera una niña, no se inclinó para verme,
fui una invisible criatura para el corazón varonil.
Ajena a la indiferencia, yo, la pequeña Hayriye, codo a codo
con mamá buscando desesperadamente, en un acto reflejo
mi afán por vivir, succionando con entusiasmo el infantil
sustento de la leche.
Fragmento de “Perdí las Estrellas”:
Llegó el día de decir adiós, mi abuela lloraba. -Escribid en
cuanto lleguéis, os he puesto un saco de almendras para
las niñas y albahaca para ahuyentar a los mosquitos,
y unas cadenitas relucientes como los campos de abril,
y un caminito de vuelta, por si necesitarais romero o hierbabuena
o simplemente volver a por el silbido del viento. Luego mi padre,
elegante como siempre, con la mirada perdida en el cobijo
de la nostalgia, abrió la puerta y un vértigo de luz blanca entró
en el recibidor. Los resplandores del sol me cegaron, dejé mi
rinconcito de llanto y los sollozos de la despedida que inflaban
el aire, y salí corriendo al exterior a llenarme de espacio,
de alburas flores reventando los almendros.
Me colmé de luz antes de marchar.
Fernando Sabido Sánchez