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Camilo Espinoza Beas, Perú
Camilo Espinoza Beas, nació en Lima, capital de Perú, en abril de 1977.
Realizó estudios primarios y secundarios en el Colegio Claretiano “San Antonio María Claret”, y posteriormente en el Colegio Militar “Leoncio Prado”.
Estudió en la facultad de Derecho de la Universidad de Lima, se recibió como abogado en 2005. Ejerció su profesión en el área civil, laboral, arbitraje y contrataciones del estado.
Realizó el taller de “Técnicas y Estructuras Narrativas” en el Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar (Lima-2008). Asimismo, realizó el taller “Narrativa Avanzada” en el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú (2009).
En abril de 2010 obtiene una mención honrosa en el I concurso de cuentos organizado por el Comité de Cultura del Club Jauja, con el cuento titulado “Ese febrero de carnavales”.
En octubre de 2011 se publica su primera novela “Tras los pasos de Joaquín de Almeyda” editorial Mesa Redonda (Perú).
Ha colaborado y publicado en revistas de literatura y poesía, así como, en revistas sociales (Perú).
En la actualidad sigue el Máster en Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos en la Universidad de Granada, España.
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Tras los pasos de
Joaquín de Almeyda
MR
Narrativa
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Índice
Memorias de un no Josefino (11)
Breve paréntesis de Joaquín en la universidad
y el especial olor de Carla Escobar Illich (33)
Un padre de palo, una madre no habida
y una historia de amor (37)
Andoni, Esperanza y yo (49)
Cuatro en la ducha con tácita expresión de voluntad (61)
Andoni le dice arrivederci al Providence
y benvenuto a su fidanzata (65)
Bella donna di treintinove anni e prima lezione di italiano (69)
Intento fallido de reivindicarme (73)
Conversación en el living de San Martín (77)
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Memorias de un no Josefino
Era septiembre del ochenta y nueve, vivía en ciudad Esperanza, tenía once años y faltaban pocos meses para nuestra fiesta de promoción de primaria. Mi nombre, Joaquín de Almeyda. Por ese tiempo mi mejor amigo, Francesco, ya tenía enamorada. No estoy seguro de si él sabía el concepto de enamorada, pero me contaba que en ocasiones le agarraba la pierna y en otras, como todo experto en la materia, me decía: Mira, Joaquín, la mejor forma de estar cerca de una chica es pedirle que jueguen básquet, pero recuerda que debes hacer que ella mantenga el balón, de tal manera que tú estés detrás para tratar de quitárselo y, entre tanto movimiento y frotación, sentirás algo y te gustará.
Yo no sé jugar básquet. No tengo pelota y nunca me importó. ¿No sería más fácil llevarla al cine y juguetear un poco?, contesté.
Al escucharme, Francesco solo atinó a decir: Bueno, haz lo que desees.
Entre la respuesta de mi mejor amigo y mi preocupación por la fiesta de promoción que estaba ad portas, mi angustia se incrementaba por no saber bailar y por no tener pareja de promoción. Por momentos deseaba enfermarme de gripa o de infección, y así librarme de la inevitable fiestecita. Ya era septiembre, los compañeros de aula, porque no eran mis amigos, de la Escuela Estatal de Menores 31512, estaban entusiasmadísimos por el bendito evento. Alguno comentó: El día de la fiesta me voy a mandar a Sofía, el otro dijo: Yo le pediré que estemos a Milagros. Yo me preguntaba: ¿Este tonto le pedirá para que estén? ¿Y dónde van a estar? Era inexperto en temas de amores de primaria. El «estar» significaba que iban a ser enamorados. Pero por qué preocuparme por eso si ni siquiera conocía a la vecina de junto a mi casa. Era notoria mi desventaja con respecto a los compañeros de aula.
Llegando el mes de diciembre y estando cerca la gala de promoción y al no conseguir pareja, una tarde, recuerdo que fue veintitrés de noviembre de mil novecientos ochenta y nueve, vi a una chica de cabello rojizo ensortijado con dos colitas. Llevaba puesto el uniforme y se distinguía la insignia del colegio El Carmen. Me quedé mirándola; me gustó muchísimo desde ese día, no dejé de pensar en aquella chiquilla de las colitas. Y mayor fue mi sorpresa cuando me enteré de que su mamá era muy amiga de la mía. Así que deducirán que la pelirroja Claudia fue mi pareja de promoción, la pasamos muy bien, bailamos la tarde entera. Bailamos lambada, que por ese tiempo estaba muy de moda, aunque debo confesar que mi destreza y arte para ese baile sensual era muy torpe; sin embargo, logré salir airoso. Eso era lo que yo creía. Ella traía un vestido blanco sencillo y lindo, y yo vestía un traje azul marino que mi padre mandó a confeccionar para esa ocasión. La tela era muy fina, y fue la única vez que lo utilicé.
Cuando pasé a secundaria, mi padre tuvo a bien matricularme en un colegio particular de curas, mientras mi amigo y mis compañeros de primaria ya estaban en el Colegio Nacional San José, colegio en el que quise estudiar. Tenía tantas expectativas. Realicé primero y segundo de secundaria en el colegio Claretiano. Tercero, cuarto y quinto en el colegio militar.
Aún llevo el recuerdo de diciembre del noventa y tres; yo tenía quince años y ese mismo año acabé el colegio militar, así que retorné a ciudad Esperanza, alegre y con muchos deseos de pasar momentos inolvidables. Reencontrarme con Claudia. Así sucedió.
Cuando volví a ver a Claudia, que fue en enero del noventa y cuatro, había crecido y estaba más hermosa que antes, así que la invité a salir. Paseábamos en bicicleta por los alrededores de la ciudad y terminábamos el día en la casa de ella. Su madre nos preparaba el lonche y en su sala escuchábamos algunas canciones de Ilan Chester mientras yo, temeroso e inexpertamente, trataba de darle un beso en esos labios delgados y rosaditos. Fue en la tercera salida que pude abrazarla con nerviosismo y le di el primer beso. Me encantó sentir sus labios con los míos. Claro que no la besé como ahora suelo hacerlo; ese beso fue tierno e inocente. Recuerdo su rostro después, tenía los ojitos brillosos y estoy seguro de que los míos también estaban así. Era mi primer beso y ella, mi primera enamorada. Esa noche no pude dormir pensando en el sabor de sus labios, en sus ojos y sus brazos rodeando mi cuello. Fue adorable.
Pasaron los días, semanas, y cada vez me gustaba más. Sentía cosas extrañas, no dejaba de pensar en ella: Creo que me estoy enamorando. Solo deseaba estar a su lado cada minuto. Por las tardes paseábamos por el parque. No tomados de la mano pero por momentos las rozábamos y, en las calles por donde no había gente, nos besábamos. Besos tiernos y sin malicia, aunque por momentos experimentaba ciertas erecciones y trataba, de la manera más disimulada, de ocultarlo. Todo esto era nuevo para mí. Confieso que vibraba con cada beso que nos dábamos. Recuerdo que en el año noventa y cuatro, ella tenía catorce años, catorce dulces y tiernos años.
Con más confianza, en ocasiones la abrazaba y le acariciaba la espalda, ella se incomodaba y yo caballerosamente la soltaba. Estoy seguro que a ella le gustaba sentir esa excitación. Éramos muy jóvenes y todavía había tiempo para seguir explorando y conocernos.
En la última semana de ese infame mes de marzo del noventa y cuatro, Claudia me presentó a Diana; ambas fueron a buscarme a mi casa para pasear en bicicleta. Mi sorpresa y el curso de mi vida cambiaron cuando la vi por primera vez. Tenía catorce años, un rostro sexy y un cuerpo de infarto, con un carácter rebelde y poco tolerante. Recuerdo que Diana llevaba puesto un pantalón de buzo azul, una casaca del mismo color y el cabello castaño, sedoso, perfumado y largo. Quedé prendado de aquella fierecilla. Creo que mi tierna y dulce Claudia, de labios delgados y rosaditos, se dio cuenta. Ella era muy orgullosa; nunca dijo nada.
Hasta ese día infame, Claudia y yo teníamos planes de seguir juntos y algún día casarnos. Y, ¡oh sorpresa!, esas cosas extrañas ya no las sentía, así que le pedí que fuéramos amigos, y recordando una frase: Es mejor que nos separemos por un tiempo, debo pensar, pero no eres tú, soy yo, eso le dije. Aunque no estoy seguro de lo que quise manifestar. Ella aceptó que fuéramos amigos y respondió con una frase similar: Estoy de acuerdo. Es mejor que seamos amigos; tengo planes de viajar y conocer otras personas. Realmente me sorprendió.
Después de aquella conversación con Claudia, con sabor a despedida, no volvimos a vernos, excepto en una fiesta de cumpleaños de un amigo en común, Joel.
Recuerdo que cuando conocí a Diana me dijo: Tú eres Joaquín, el engreído. Respondí raudo: Tú eres la desconocida sin modales. Allí quedó la conversación, pero no dejé de pensar en aquella fierecilla sexy sin modales. Sucede que en la vida conoces personas que te impactan en el primer momento, ya sea por su voz, su rostro, su cuerpo o su actitud. Esperé el mejor momento para buscarla aunque antes tuve que averiguar la dirección de su casa. Por esos días, a fines de marzo y principios de abril, ciudad Esperanza presentaba un cielo azul y unas nubes logradas. Era increíble levantarse temprano y observar ese espectáculo incomparable y único.
Sin perder más tiempo, después de darme mucho valor, busqué a Diana. Al llegar a su casa, toqué nervioso el timbre, me atendió su padre, muy gentil para mi sorpresa.
- Hola, Joaquín. ¿Cómo te va? Qué gusto conocerte.
- Buen día. El gusto es mío —respondí.
- ¿A quién buscas? —me preguntó inmediatamente.
- Busco a Diana. Vine a invitarla a pasear en bicicleta. —Por ese tiempo tenía una bicicleta de dieciocho velocidades color aluminio.
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Reseña del libro y nota de prensa
TRAS LOS PASOS DE JOAQUÍN DE ALMEYDA
Era septiembre del ochenta y nueve, vivía en Ciudad Esperanza, tenía once años y faltaban pocos meses para nuestra fiesta de promoción de primaria…
Así es como empezamos a seguirle los pasos a Joaquín de Almeyda, desde su infancia alegre, su agitada adolescencia, hasta su vida adulta, compleja y anecdótica, llena de amores y desamores, depresiones y melancolías; pero como el nombre de su ciudad natal, llena de esperanza.
Editorial Mesa Redonda
Lima-Perú 2011
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Es un honor tener tu amistad y poder compartir tu trabajo literario. ¡Bienvenido a Arte Fénix, Camilo!
Mara Romero Torres