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El porvenir está por venir
Este poema es eminentemente filosófico pero pienso que al fin y al cabo el filósofo no es sino el último eslabón de esa triada sanadora y maravillosa que se inicia en la psiquiatría, continúa en la psicología y acaba -—al tiempo que comienza para el paciente recuperado— en la filosofía.
EL PORVENIR ESTÁ POR VENIR
(Epilio)
—A Sartre, genio y figura—
—Existía en el inicio de unos de tiempos que ya se han ido
la posibilidad de decapitar al monstruo de las angustias—
Toda obra de autor es un conjunto de sensaciones
que se fue trasladando en cuidados textos
para dejar constancia escrita de su ser.
El genio singular jamás se agota en la producción misma
ni existe en ella el dualismo de la apariencia y la esencia;
es siempre la apariencia la que muestra la esencia
rescatándola de lo oculto y la revela
como signo autónomo y determinante.
¿Puede la poesía liberarnos de la mecánica
impuesta por las rígidas leyes del movimiento?
Una gaviota trazando corazones al vuelo
transmite ecos de palabras en la esencia del silencio
que apenas son captadas sino como bello movimiento.
El presente es la piel del tiempo pasado y futuro,
morimos y nacemos cada día, cada segundo, sin notarlo.
Un pensamiento, al ser expresado,
pierde su dispersión etérea, se congrega,
y pasa a ser arquitectura limitada por la forma.
“Toda conciencia —dijo Hégel— es conciencia de algo”.
Y claro, justo ahí comienza la rebelde ecuación del sino.
Al ser conciencia de algo tan sólo
difícilmente podremos serlo de todo.
Mas pienso que Hégel se equivocaba
al juzgar desde el prejuicio y olvidar en parte
la maravillosa herencia acumulada en la memoria
desde el origen del tiempo de todos los tiempos.
¿Es el amor sólo amor? ¿Es acaso trascendencia?
¿El río de fuego de Mauriac tal vez?
¿Llamada al infinito? ¿El Eros platónico?
Puede ser algo así como la sorda intuición cósmica de Lawrence
o el acaso en la pieza de Sarment.
Puede que presente caracteres de mala fe, incluso,
y nos arroje en la trascendencia para aprisionar nuestra esencia.
El amor ¿Ha sido concebido a propósito como enigma?
Como dijo Susana a Fígaro: “Demostrar que tengo razón
sería reconocer que puedo estar equivocada”.
En mi plano estoy protegido del reproche
puesto que soy yo y mi trascendencia,
no soy presencia inerte u objeto pasivo entre objetos.
Mi principio, pues, es intocable,
soy como soy y la maldad en mí es imposible;
sólo yo soy amo y esclavo de mis códigos.
Conocí el mal precisamente para evitarlo
y en mi frente llevo constituida la esencia de mi presente.
El malvado se adhiere a sí;
yo, en cambio, soy parte del mundo que asumo,
dueño y señor del signo imaginado, poeta
y Demiurgo de esencias universales.
Todo ser, queriendo ser presente, afirma que el pasado
ya no es, pues su recuerdo nace en el presente.
¡Claro! Y el dolor de la pérdida también:
son simples rupturas de equilibrio protoplasmático.
El ojo físico, detenido en un bello cuerpo
es cual ojo viajero que pinta paisajes
y el verde exuberante que acaricia la estación cercana
es como un sueño vegetal ininterrumpido.
A veces buscamos rastros en ciudades congeladas
y apenas leves indicios de acercamiento se insinúan.
La noche del humano llora misterios
intuyendo que todo ruido nace de silencios ajenos
mientras que el orbe contempla desde su cáscara de vacío
el mudo acontecer de las figuraciones del tiempo.
¿Somos acaso islas encerradas; dispersos átomos
en el islote instantáneo del presente?
Toda relación pasado-presente se analiza
partiendo del pasado, por lo que es imposible
establecer entre ambos relaciones internas.
La estructura molecular presente difiere de la pasada
cual la obra singular que el poeta genera en verso
o la piedra que después de llegar al fondo del estanque
sigue siendo causa desde el pasado, de las vibraciones
u ondas concéntricas que aún se producen
en la superficie del agua.
Es por ello que nuestra vida, al límite, sólo será pasado
salvo en el concepto de patrimonio homérico
vinculando nexos a través del sentimiento poético.
Nada que pueda decir será presente
—a no ser en la poética del instante imaginado—
pues se habrá borrado ya al pronunciarlo.
Incluso el movimiento no es sino mera sucesión
de inmovilidades.
En todo cuanto se mueve existe un instante infinitesimal
que ya no es; en una determinada secuencia
su hálito ha sido lo que no es ya.
De ello deduzco que en tanto soy pasado de mí
puedo también no serlo y, al tiempo,
fundamento posible de que lo soy y no lo soy.
Entonces…
¿debe el cogito cartesiano formularse como:
“Pienso, por lo tanto ERA”?
Si era y no soy es probable que acceda de nuevo al ser
aunque sea cual reflejo metafórico de mi ayer.
¿Somos acaso el término ideal de una conjunción genética
llevada al infinito de la idea poética?
Puede que seamos simples moradores del espectro
creados por la auroral policromía de inquietos versos.
Luego… ¿podríamos ser la maravillosa constancia móvil
introducida en el arco catenario por Gaudí
y en el divino hexámetro por el Dios poeta?
¿Un mundo imaginado que actúe
como moderación y contrapeso?
¿Tal vez la Matrix que se intuía hace siglos
cantada por rapsodas y aedos en versos homéricos?
Conocemos la imagen de la perfección intuida
y ello permite sabernos imperfectos, luego…
si alguien puso en los genes la perfección misma
es porque la perfección existe en algún sitio.
En esta pequeña galaxia, alejadísima
del centro del universo conocido,
los detalles se nos escapan normalmente;
puede que todo obedezca a un plan preconcebido;
quizás estamos aquí y no estamos estando
cual hologramas, ectoplasmas que el ojo percibe,
aprendiendo en nuestros destinos terrenales
las moradas cristalinas, secretos y escrituras,
hasta incorporarnos al núcleo espiritual del Todo
del que somos parte y privilegio.
Puede que en nuestra imperfección resida
la auténtica filigrana, fragmentada en mínimos modelos
de versos que permitan, una vez unidos en lo esencial,
componer el divino y único poema de la Verdad.
Y creo, sí, creo que el traslado de esencias ha comenzado.
Si estoy aquí, escribiendo, en comunión total
con el entorno que me hace imaginarme imaginado,
es porque la esencia ha traspasado la presencia
trasladándome al aquí y ahora del ser en sí.
Luego, si me constato como irrefutable presencia,
comparto como ser universal la maravilla
de lo profundo y místico de la fécula iniciática
y esto me lleva a preguntar al mí yo él profundo:
¿Es el presente —como ya dijo la antigua profecía—
una relación recíproca de presencias?
Ah, siempre, en la hora frágil, sublime, de las flores
se hace preciso acudir a la aristocracia de las formas.
Antonio García Vargas