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Niños de la calle en Brasil
¿Dónde están los libros?, ¿dónde los lápices de colores?, ¿dónde el plato de comida caliente, la ropa, la cama, el techo… ? En la calle.
¿Dónde están las caricias, los regalos, los premios… ? En los grupos que ellos hacen para protegerse unos a otros y superar la soledad, el abandono y el miedo… En la calle.
Familias, gobiernos e instituciones no se ponen de acuerdo para dar a los niños el lugar que les corresponde por derecho propio. Se han producido algunos avances, sobre todo en la información, que ha desatado la alerta en las conciencias de muchas personas; pero el camino es largo, la necesidad extrema y la responsabilidad grande. El tiempo pasa, los años no esperan, y los niños crecen, mal viven y mueren a espaldas de nuestra comodidad y desapego a los problemas ajenos.
Para ser solidarios, necesitamos que algo nos conmueva. ¿No es suficiente el dolor ajeno? ¿No es suficiente el darse cuenta de que tenemos más de lo que necesitamos, realmente, para volver los ojos con solidaridad hacia los que no tienen nada? La solidaridad no debe ser algo esporádico que se haga para aplacar la conciencia en una fecha determinada; es un deber de correspondencia de un ser humano hacia otro, sin importar credo, ideología, color de piel o lugar.
En el mundo, son millones los niños que sufren la marginación social y son empujados a las drogas, la prostitución, la delincuencia, la explotación, la violencia… Durante el día transitan las calles pidiendo, se quitan el hambre con drogas que borran su realidad cotidiana, se reúnen y comparten lo que buenamente han sacado en esas calles inhóspitas y por la noche se agrupan para dormir en lugares que consideran seguros y apartados de los escuadrones de la muerte; esos que, por desgracia para ellos y vergüenza del mundo, todavía existen en algunos países.
Si se propone colaboración, es muy fácil y cómodo, antes de darles una ayuda, el caer en el hecho de querer averiguar adónde va a ir nuestro dinero; porque nuestro dinero es muy importante y nunca estamos dispuestos a darlo porque sí. Necesitamos una razón de peso para ser solidarios y, si no hay algo que nos conmueve, no lo damos. A veces, somos incapaces de compartir lo que tenemos porque, sencillamente, nos falta lo principal: el despertar de nuestra esencia como seres humanos; el darnos cuenta de que la llegada a nuestra meta no tiene mérito si hemos dejado a alguien tirado por el camino.
Una vez fuimos niños y cada uno de nosotros sabemos cuánto recibimos en nuestra infancia y cómo ha sido el camino hasta llegar adonde estamos ahora. Crecimos y, aquellos niños que fuimos, hoy somos los que ostentamos los cargos de la sociedad en que vivimos. Nuestros hijos, la ostentarán mañana, cuando sean adultos y se conviertan en una copia de lo que somos; pero ¿qué pasa con los que se quedan en el camino? ¿Para llegar a una meta es necesario no volver la vista atrás? La meta más bonita es llegar, mirar tu mano y ver que llevas a alguien que ha llegado contigo y no se ha quedado en el camino.
Por suerte, hay asociaciones movidas por personas que quieren ayudar a los niños de la calle y se preocupan por darles un techo, comida, cariño, educación… Y ayudar a estas asociaciones con lo que buenamente podamos no es caridad, es obligación responsable: la que todos tenemos como Seres Humanos.
Mara Romero Torres
Niños de la calle en Brasil 1
Niños de la calle en Brasil 2