estás en Prosa
Siempre que escribimos, bien sea una carta, una novela, una nota, un libro de estudio o cualquier otro texto en prosa -aquí omito adrede al escritor de poesía por pertenecer a otro género literario y estar ésta sujeta a otra forma de expresión con otro tipo de licencias muy diferentes a la prosa- lo hacemos para comunicar algo a un lector o grupo de lectores. La responsabilidad del escritor es fundamental tanto en prosa como en poesía, eso está más que claro; no obstante, y por la misma razón que apunto al principio, me voy a centrar en el escritor de prosa cuya meta debe ser, entre otras cosas que no voy a mencionar porque no vienen al caso, hacer que su mensaje llegue con suma claridad. Por eso, en la prosa no se escatiman palabras para describir al detalle, por ejemplo, el escenario que sitúe al lector en el lugar de los hechos y en su mente se plasmen las imágenes adecuadas. El que esas imágenes acaben estando teñidas de matices diferentes en cada lector, depende de las experiencias concretas de cada lector; pero lo fundamental lo lanza el escritor. Él pone en acción el motor que lleva a los lectores al viaje que él propone a través de la lectura.
Entonces, puesto que hablamos y escribimos para comunicar algo y, si lo que pensamos, lo transmitimos a través del lenguaje, siempre se captará mejor el mensaje si es transmitido en una forma correcta.
Poner palabras a las imágenes que surgen en nuestra mente, con frecuencia, resulta difícil y a veces incluso se puede tener la sensación de que faltan palabras para expresar lo que estamos queriendo proyectar. Buscar la palabra adecuada es tarea sublime y obligatoria del escritor y, a veces, para proyectar la idea lo más acertada posible, debe recurrir a perífrasis verbales o grupos de palabras. Si haciéndolo bien, o medianamente bien, el mensaje se distorsiona o difumina por el camino que lo lleva al receptor, cuánto más no llegará equivocado si ya de salida arranca de una forma incorrecta. El peligro, entre otras cosas, está en la costumbre de emitir mal porque crea un acondicionamiento en la mente receptora. Es imposible llegar a un buen entendimiento si queremos decir una cosa, transmitimos otra y recibimos otra que, con suerte, se puede parecer a lo que nos han querido decir, se puede acercar en mayor o menor medida a lo que nos han transmitido y, con más frecuencia de la deseada, acaba siendo recibido y traducido en la mente receptora como algo completamente distinto.
No voy a decir que todo el mundo se ponga a estudiar gramática -que estaría perfecto que así fuera puesto que es la base del lenguaje y la mejor manera de limar errores y aprender las bases de toda comunicación escrita- pero sí que se incremente la lectura, que también es una manera loable de aprender y, además, amena. No es lo mismo escribir “ah”, “a” o “ha” ni «hay» que «ay» o «ahí»; ni escribir «haya» o «halla»; «vaya», «valla» o «baya»; “vaca” o “baca”; “abollado” que “aboyado”; “habría” que “abría”; “hecho” que “echo”; “hojear” que “ojear”; “honda” u “onda”; “hola”, “ola”; como tampoco es lo mismo «cántara» que «cantara» que “cantará” ni «como» o «cómo» ni «si» o «sí»; aquí la sutileza del acento -ese algo tan menospreciado en este nuestro tiempo que nos ocupa- marca una enorme diferencia que no debemos pasar por alto. Esto por poner sólo unos ejemplos, pues palabras homófonas u homónimas hay muchas más. Y, si seguimos un poco más, recordar que para el uso de los signos de puntuación se permite cierta libertad de uso al autor; pero hay situaciones en que no es recomendable omitirlas si no estudiamos bien la estructura de la frase y las palabras que empleamos en ella, por ejemplo, la coma -ese signo que, como el acento, va desapareciendo en combate- puede cambiar por completo el sentido de lo que queremos decir por el insignificante detalle del sitio que ocupa en la frase o el de estar o no estar en ella:
Si el hombre supiera el verdadero valor que tiene la mujer andaría con desesperación en su busca. / Si el hombre supiera el verdadero valor que tiene la mujer, andaría con desesperación en su busca. / Si el hombre supiera el verdadero valor que tiene, la mujer andaría con desesperación en su busca.
Mientras dure, dura / Mientras dure dura.
En estos ejemplos, ¿el autor está diciendo lo mismo? Son las mismas palabras. Al leerlo, ¿entendemos lo mismo? Repito, son las mismas palabras. Si el autor -emisor- está queriendo decir algo concreto y omite o coloca la coma, partiendo la frase con descuido, pues… Ya me diréis qué mensaje llega al receptor que lo lee.
Un texto bien estructurado es reflejo de una mente bien estructurada y, en él, los signos ortográficos de puntuación son fundamentales e imprescindibles para aportar sentido y significado a lo escrito, haciéndolo coherente.
La buena comunicación es responsabilidad de todos. No es un capricho ni algo que debamos tomar a la ligera porque las consecuencias de una mala comunicación son, con demasiada frecuencia, llevadas a extremos lamentables y, con frecuencia también, acaba produciendo daños irreparables. Si hablamos mal, escribiremos mal. Si escribimos mal, quien nos lea o escuche acabará hablando mal… y así nos va.
A todos nos gusta que se nos entienda cuando hablamos o escribimos y que no se generen malos entendidos; pues bien, empecemos a cuidar nuestro bien decir y nuestro bien escribir porque es altamente beneficioso para la salud mental.
Felicito a todos los escritores que se esfuerzan en superarse día a día y animo a los que están empezando a escribir para que repasen sus escritos y los pulan antes de publicarlos. Tengamos presente que un libro con un buen tema puede verse seriamente perjudicado por las negligencias cometidas en el arte de escribir.
Mara Romero Torres