Siglo XX: Un siglo de pasiones, Cap. I, «El cambio de siglo»

Si algo caracteriza el final del siglo XIX es la polarización mundial, con Europa en primer plano, respecto al peligro de una gran guerra y las consecuencias catastróficas que eso conllevaría. Hasta tal punto se habían desarrollado, por un lado, los adelantos técnicos y su aplicación al armamento y, por otro, la implicación en los conflictos bélicos de la población civil como víctima; aspecto éste que en tiempos anteriores apenas si ocurría salvo en contadas ocasiones y, en todo caso, en las consecuencias que tenían los enfrentamientos bélicos de empobrecimiento general y de saqueos y botines entre los vencidos. Pero cada vez más (si bien eso no acabará de ocurrir hasta entrado el siglo XX) las luchas dejan de ser entre “guerreros” en exclusiva, para convertirse en ataques indiscriminados contra ciudades y población indefensa en general, y con armas cada vez más mortíferas. Tan era así, que, como reacción, nacerá un movimiento pacifista que desea suprimir la guerra y, cuando menos, humanizar sus consecuencias cuando fuera inevitable. De este movimiento van a surgir instituciones como La cruz roja, nacida de la experiencia dramática del campo de batalla de Solferino (1859, con los ejércitos austriaco frente al francés) y fundada por el ginebrino Enrique Dunant, que, conmovido por el sufrimiento de los miles de soldados heridos en el campo de batalla, crea, amparado por Napoleón III, el Comité Internacional de Ginebra, encargado de reclutar un cuerpo de voluntarios que sirvieran a los enfermos. En 1864, en Ginebra también, se firma la primera Convención ginebrina, por la que se dispone la neutralidad de ambulancias, enfermos y hospitales, el cuidado de los enemigos enfermos y la reexpedición de los prisioneros a sus respectivos países una vez terminadas las hostilidades. El pacto se ampliaría en la segunda convención Ginebrina, ya en 1906, firmada por 61 países y es allí donde se constituye de forma definitiva la Cruz Roja, con la bandera de Suiza (pero invirtiendo los colores) como homenaje a su fundador.

La ideología antibelicista sigue progresando y el libro de Berta Suttner, ¡Abajo las armas!, publicado en 1889, provoca reacciones apasionadas, a pesar de ser en realidad más una novela sentimental que una bélica; pero en ella se describe de forma tan conmovedora el campo de batalla de Sadowa (1866, en medio de las guerras Austro-Prusianas), que figuras de la talla de Tolstoi, Renan y Bjernsön la defenderán de forma pública con abierta pasión.

Sin embargo, el ambiente predominante no es el que los pacifistas quisieran. De 1871 a 1914 los Estados europeos van a mantener una paz cada vez más llena de tensiones que acabará siendo llamada por muchos “la Paz Armada”. Y varios serán los frentes abiertos para que la inestabilidad no pare de crecer:

En primer lugar, los nacionalismos, que buscaban tanto reducir, incluso eliminar si podían, los elementos minoritarios que dentro de sus territorios pudieran debilitar la “unidad nacional”, como inflamar ese espíritu de orgullo intransigente y expansionista frente a los demás. Todo ello alimentado por una prensa cada vez más partidista y tendenciosa que escarba en las heridas y provoca el fervor en las masas.

Ligada a esta actitud, irá el imperialismo de unos y otros, en competencia por extender sus influencias económicas, acaparamiento de territorios productores de materias primas valiosas y de zonas de influencia política. De esa forma, Europa acabará exportando su sentimiento nacionalista a otras zonas del mundo menos influenciadas por ese modo de pensar, convertidas en colonias de los distintos Estados europeos, sobre todo Inglaterra, Francia, Austria y Rusia, en primera instancia, y después Alemania e Italia que, poco a poco, consiguen reconstruir el aniquilamiento nacional que habían sufrido, provocando, a su vez, nuevos conflictos en la nueva Europa central que surge en ese juego de intereses.

Los países que pertenecieron al califato otomano, otrora tan poderoso y unificado gracias a su espíritu de umma islámica, van a ser arrastrados a una división interna encendida en nacionalismosVista parcial de la presa de Asuán en Egipto que los debilitará y los convertirá en satélites de las potencias europeas, endeudados, además, al entrar en el juego de los grandes gastos tecnológicos de armamento y megaconstrucciones (ferrocarriles, sobre todo como el de Alejandría a El Cabo, el de Bagdad, el de Viena a Estambul… y, después, grandes presas como la de Asuán en Egipto; siempre con la acusación de retrógrados si no se plegaban a los intereses de los poderes financieros y su aparato propagandístico), con lo que acabarán con sus economías arruinadas y a remolque de las deudas de las grandes casas financieras de Inglaterra, Alemania, Francia, Bélgica, EEUU… Conocerán también por primera vez el fenómeno de la inflación galopante y de la especulación al renunciar a sus monedas de oro y plata por la moneda papel, como instrumento del poder bancario, controlado por occidente. A eso habrá que sumar, una vez debilitado el antiguo poder otomano, ocupaciones como la de Túnez o Argelia por Francia y otras por el estilo.

A los antagonismos coloniales surgidos entre Francia, Italia y Gran Bretaña, Otto Von Bismarckse va a sumar la posición de fuerza alemana que, con Bismarck a la cabeza, aprovechando las tensiones entre franceses, italianos y británicos por su predominio colonial, el canciller responde a las peticiones italianas de alianza, reclamando la incorporación de Austria en el pacto de La Triple Alianza, que se firmará en Viena en mayo de 1882. Austria, a pesar de los antiguos pactos que la unían con Rusia, va a intentar extender su zona de influencia por los Balcanes, apoyando a Serbia en un tratado secreto, lo que la alejará de Rusia, que tiene intereses encontrados en la región. Una serie de pactos, explícitos algunos y secretos otros (algunos descubiertos decenas de años después de ser firmados) y una cada vez más extensa e intensa diplomacia secreta, van a ir envenenando la situación hasta que estalle abiertamente en la crisis de 1914.

Países como España, Portugal o las propias Japón y China, perderán gran parte de su antigua estrella, pasando a ser naciones de poco peso en el concierto internacional. En América, mientras tanto, algunos Estados consiguen estabilizarse y comienzan a despegar, como son los casos de México (con férreas dictaduras apoyadas por el capitalismo yanqui, que darán paso a la revuelta de Pancho Villa), Brasil, Chile o Argentina.

Pancho Villa, México

Pero será EEUU el que surja con nuevos bríos y protagonismo en el concierto mundial, con una industria que ya al principio del siglo sobrepasa a la europea en producción de acero y algodón, a lo que habrá que unir el descubrimiento de ricos pozos de petróleo y, en el mapa político mundial, habrá que añadir su extensión imperialista por la práctica totalidad de los Estados americanos, amén de su Gran Capitalismo financiero que, en las grandes guerras que llegarán, harán sus mejores negocios a base de endeudar a los Estados europeos, abasteciendo de armamento y préstamos a todos los bandos implicados, con lo que, gane quien gane, los verdaderos ganadores serán ellos que acabarán así por convertirse en la primera potencia mundial.

Emilio Ballesteros


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