sobre Dublín
El ruiseñor y la rosa
—Dijo que bailaría conmigo si le llevaba rosas rojas —exclamó el joven estudiante—; pero no hay ni una sola rosa roja en todo el jardín.
Desde su nido en la encina le oyó el ruiseñor, y miró a través de las hojas y se quedó extrañado.
—Ni una sola rosa roja en todo mi jardín —exclamó el estudiante; y sus hermosos ojos se llenaron de lágrimas—. ¡Ah, de qué cosas tan pequeñas depende la felicidad! He leído todo lo que han escrito los sabios, y son míos todos los secretos de la filosofía; sin embargo, por no tener una rosa roja, mi vida se ha vuelto desdichada.
—He aquí por fin un verdadero enamorado —dijo el ruiseñor—. Noche tras noche le he cantado, aunque no le conocía; noche tras noche he contado su historia a las estrellas, y ahora le estoy viendo. Tiene el cabello oscuro como la flor del jacinto y los labios tan rojos como la rosa de sus deseos; pero la pasión ha hecho que su rostro parezca de pálido marfil, y el dolor le ha puesto su sello sobre la frente.
—El príncipe da un baile mañana por la noche —musitó el estudiante—, y mi amada estará entre los invitados. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el alba. Si le llevo una rosa roja, la tendré entre mis brazos, y reclinará la cabeza en mi hombro, y su mano estará prisionera en la mía. Pero no hay ni una sola rosa roja en mi jardín, así que estaré sentado solo, y ella pasará desdeñándome. No me prestará atención alguna y se me romperá el corazón.
—He aquí ciertamente el verdadero enamorado —dijo el ruiseñor—. Lo que yo canto, él seguir leyendo…