sobre Cuba

Dic 15 10

El disidente de la isla

Guillermo Cabrera Infante fue un exiliado que llevó su patria en el lenguaje. El ambiente de La Habana (su bullanguería) nunca lo abandonó del todo.

¿Se me olvida algo?

Sí, decirte que

prefiero la libertad

a la justicia.

Tres tristes tigres

La vida del narrador y ensayista Guillermo Cabrera Infante, desde su inicio estuvo marcada por la disidencia; a los siete años fue arrestado, junto con algunos miembros de su familia, por el gobierno de Batista, y toda su vida se conformó de la misma manera. Su literatura, una de las mayores de Latinoamérica, se puede decir que tuvo esta marca, ese signo, esos vaivenes del librepensador. Cabrera Infante es una voz extraña (y a la vez cercana), a las voces de la isla. Ni en tiempos de la Revolución cubana, al mando de Fidel Castro, las cosas fueron mejor. En dado momento, se exilió. Y al tiempo conformó a la nueva sociedad inglesa, pues adquirió la nacionalidad. Elegante como siempre fue, el escritor de Gibara, provincia de Cuba, nació el 22 de marzo 1929.

La Habana como ombligo del mundo

No fue casual que en 1972, Guillermo Cabrera Infante, hubiera entregado al mundo editorial la versión en castellano de Dublineses, de James Joyce, sino un reiterado homenaje a un escritor que pese a que toda su obra se desarrolla en Dublín como escenario, siempre fue un exiliado, logrando hacer del lenguaje su más grande patria.

De igual manera se puede pensar del trabajo narrativo de Cabrera Infante, pues sus novelas y relatos describen el mundo de La Habana, logrando realizar el milagro de convertirla en un centro del mundo. Desde su primer trabajo literario, Así en la paz como en la guerra (serie de cuentos publicados en 1960, pero escritos entre los años que corren de 1950 y hasta 1958), ya nos muestran ese mundo personal del narrador. Quizás la mejor historia de este libro, sea “En el gran Ecbó”, donde ya se vislumbra la enorme voz del autor, pero todos los textos abren la posibilidad de la concepción de su novela Tres tristes tigres (1964, con una refundición otorgada en 1967), en cuyas páginas podemos vivir la vida nocturna y bullanguera de la capital de la isla.

Pero hay algo más. El estilo (o los estilos) de nuestro autor de La Habana, en lo que se refiere a las formas, su elegancia de estilo(s), nos recuerdan a Joyce. Sus frases directas y plenas de sobriedad. Pero en Cabrera Infante se ofrecen colmadas de una poesía (narrativa). Su amor por el caló cubano nos recuerda al también autor del Retrato del artista adolescente, quien a pesar de su exilio en otras tierras, jamás abandonó a su oído y nos internó siempre a su querida y odiada Dublín. Eso mismo ocurre con Cabrera Infante.

En Tres tristes tigres logra un experimento de voces e imitaciones al que no escapa nada. La novela nos describe puntualmente, desde el lenguaje (¿de qué otra forma podría ser?) ese mundo particular habanero. La novela es tal vez su mejor obra y en ella se guardan diversas voces literarias específicas que demuestran la capacidad de Cabrera Infante como magnífico imitador. Es decir, todas las literaturas amadas las dominó al grado de ser capaz de escribir como José Martí, José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén (entre otros), en el capítulo “La muerte de Trotsky referida por varios escritores cubanos…”, donde nos recuerda que el autor cubano fue un experimentador, al igual que James Joyce. Su capacidad auditiva lo llevó a amar, por otra parte, la música, y su novela mayor es todo un homenaje a la música cubana y al jazz, no en balde el primer nombre que llevó su gran obra narrativa fue Ella cantaba boleros.

El imitador de estilos

De alguna manera, la imitación de voces y estilos en Cabrera Infante se puede leer como una manera de exilio, y su amor por el lenguaje cubano como una forma de identidad a distancia pero integrada a su corazón. Podría ser que ese modo de ausencia de una tierra provenga, en el caso del narrador gibarense, desde su infancia, cuando a una pregunta expresa de su madre de si prefería comer sardina o ir al cine, éste declaro que ir al cine. De esta anécdota personal proviene el título de uno de sus libros de ensayos sobre el séptimo arte: Cine o sardina (1977); sin embargo, quien tal vez tenga razón sea el ensayista Rafael Rojas cuando dice que “Guillermo Cabrera Infante ha defendido una idea antiintelectual del estilo y de la escritura, donde cualquier ficción le debe más a la geografía que a la historia. Este apego a un territorio, La Habana, la isla, Londres, refuerza la personalización de la prosa, el uso del estilo como seña de una identidad singular. Toda la literatura de Guillermo Cabrera Infante es, en este sentido, una exposición del yo, un testimonio de sí que jamás apela a justificaciones trascendentes y que, de algún modo, se protege del exterior por medio de la voluntad y el capricho, de claves y misterios” (Letras Libres, 2004).

Posiblemente a través del cine y de la lectura de los clásicos —y su imitación—, el escritor probó la dulzura del exilio y la libertad, pero ya no pudimos preguntarle, porque dejó este mundo el 21 de febrero de 2005, en Londres.

Hubiera valido la pena saberlo.

© Víctor Manuel Pazarín, Tonalá, México