El socialismo que nació muerto

Este artículo de Tulio Hernández (Siete Días, El Nacional del domingo 16 de octubre de 2011) me pareció tan oportuno, tan objetivo, tan ilustrador y tan bien escrito, que quise compartirlo. Expresa verdades palmarias que acaso todos conocemos, pero que en la pluma certera de este excelente articulista cobran mayor relevancia y desatan nuevas motivaciones. Así mismo, podrían servir para inducir a la reflexión a algunos de mis amigos que aún se niegan a ver lo que está de bulto: el fracaso descomunal del trasnochado pseudosocialismo chavista.

Tulio Hernández

El Nacional / ND

El socialismo que nació muerto

16 Octubre, 2011

Los líderes del socialismo del siglo XXI se equivocaron de época. Si hubiesen entrado en escena cuatro o cinco décadas antes, cuando el entusiasmo por un mundo nuevo, más justo e igualitario, forjado desde el Estado a través de una economía centralizada aún no había entrado en declive definitivo, tal vez su destino político hubiese sido menos infeliz.

Opinan los foristas.

Pero no fue así. Para el momento en que el desencanto de los ciudadanos y la paciencia conspirativa de años le abrió la puerta grande de la historia al teniente coronel y su logia militar, el Muro de Berlín ya había caído; el comunismo soviético era sólo un mal recuerdo; los jerarcas del comunismo chino ya habían dado el salto a la producción capitalista para salir de la pobreza; Cuba no era otra cosa que un modelo policial agonizante y, para colmo de males, Internet comenzaba a expandirse dificultando cada vez más la supervivencia de modelos autoritarios y centralistas que comenzaron a caer uno tras otro. El siglo XX había nacido entusiasmado con la utopía comunista y, camino del XXI, se despedía desencantado pateándola por el trasero.

Los bolivarianos, sin embargo, no se dieron por enterados. Seducidos por el líder de la boca inmensa y el cerebro cuartelario decidieron ­con terquedad temeraria­ volver a transitar aquello que la experiencia había demostrado hasta el hartazgo: que intentar superar el déficit del capitalismo por la vía de un régimen colectivista de economía centralizada era un camino seguro hacia la pobreza irreversible y el autoritarismo político. Un remedio peor que la enfermedad.

Pero los mitos revolucionarios tienen su encanto y el comandante y sus seguidores eran frágiles a su hechizo. Sólo que los azares de la historia quisieron que los bolivarianos llegaran al poder por la vía electoral y no por el camino armado que intentaron en febrero de 1992.Se encontraron entonces con una camisa de fuerza inesperada. Tuvieron que jugar, aunque fuera sólo un simulacro, al juego de la democracia. No pudieron instaurar de inmediato, como los cubanos, un modelo de partido único. Tampoco pasaron por el paredón a quienes les hicieron resistencia, ni lograron ­ya no había Guerra Fría­ eliminar de un solo plumazo y plenamente el mercado, la propiedad privada y los partidos opositores. Entonces, como se dice popularmente en Venezuela, se les enredó el papagayo, y desde entonces se les siguió enredando aún más.

El dilema era tajante. O respetaban las libertades democráticas, que incluyen la libertad de empresa, la propiedad privada y el pluralismo ideológico, o imponían por la fuerza una economía estatista para forjar una sociedad igualitaria que requiere, nunca ha sido posible de otro modo, un modelo político de pensamiento único.

Pero no podían hacer las dos cosas a la vez. Porque el otro camino, el que aprendieron a jugar Canadá y las sociedades nórdicas punteras en los índices de desarrollo humano, o el que han jugado lúcidamente las izquierdas de Lula, Lagos y Bachelet ­apostar por economías de mercado con Estados con sensibilidad social que intentan asegurar los derechos y el bienestar de todos­, no estaba inscrito en el ADN de un líder mesiánico y militarista, enamorado más de la épica de los hombres de espadas grandes y caballos fuertes que de los delicados mecanismos de la persuasión a lo Mandela o de los fascinantes avances de la era digital y la sociedad de la información.

Entonces se quedaron en el medio. Sin chicha y sin limonada. Ni construyeron una sociedad absolutamente nueva como la que hicieron los rusos, cubanos y chinos en asunto de una década. Ni mejoraron, superándola, la democracia y el modelo de capitalismo rentista preexistente. Mataron el tigre y se asustaron con el cuero.

Tuvieron todo el poder político y recursos económicos a manos llenas, pero como las películas de viajeros hacia adelante en el túnel del tiempo no lograron entender lo que ocurría a su alrededor.

En la lápida de la tumba del modelo se leerá: “Ejercieron el poder en el XXI, pero eran hombres del siglo XIX. Paz a sus uniformes”.

Zoilo Abel Rodríguez


Un comentario
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