Las Cruzadas IV, El Camino hasta Jerusalén

Recién tomada Antioquía va a ocurrir uno de los hechos de Las Cruzadas más difíciles de explicar; sobre todo si se tiene en cuenta que fue protagonizado por caballeros que se decían cristianos y que tenían como jefe a un fraile (Bohemundo) que incluso se había inventado lo de la lanza del Mesías para inculcar coraje en sus seguidores. El acontecimiento es de tal magnitud, no por lo militar ni por lo estratégico, sino por lo inusitado y gratuito, que quedará en la memoria del pueblo turco y de los pueblos árabes apareciendo por décadas y décadas, incluso por siglos, en los relatos y leyendas de su memoria colectiva, en la que quedó grabado a fuego.

Localización de Maarat, Siria

Estamos en Maarat, ciudad apenas a unos días de marcha de la recién caída Antioquía; corre el año cristiano de 1098, casi concluyendo ya. Desde la toma por los frany de su ciudad vecina, las razzias por los campos cercanos no han dejado de sucederse y la población, orgullosa de su producción artística más que de su poderío militar (uno de los más famosos escritores árabes era natural de ella: Abul-Ala al Maari), apenas cuenta con una milicia urbana a la que, de forma improvisada, se han sumado unos cuantos cientos de jóvenes sin experiencia militar. Muchas familias han preferido dejar la ciudad e irse a otras cercanas (Alepo, Hons, Hama…); sin embargo gran parte de los pobladores siguen allí cuando en noviembre, confirmando sus temores, la ciudad es sitiada por los francos. Los defensores la defienden desde las murallas, pero cuando ven aparecer torres de madera que se acercan para que las tropas francas puedan acceder al interior, los soldados de Maarat se atemorizan y se acantonan en edificios más altos del interior. Resisten como pueden, incluso arrojando colmenas a los sitiadores; pero la situación es cada vez peor. Unos emisarios acuden a negociar con Bohemundo y éste les promete que, si se rinden sin ofrecer más resistencia y abandonan los edificios en que están, les serán perdonadas sus vidas. Así lo hacen y las familias de la ciudad, esperando que los invasores cumplan su palabra, pero temerosas de todo lo que se cuenta de aquellas gentes, se encierran durante toda la noche en los sótanos de sus casas.

Los frany llegan al amanecer y no respetan para nada su palabra. Durante tres días pasarán a cuchillo a hombres, mujeres, niños, ancianos… Pero lo peor llegará después. No contentos con esa carnicería, lo que va a ocurrir merecerá que los cronistas árabes traten a los frany de alimañas. Es el propio cronista franco Raúl de Caen el que narrará así lo ocurrido: En Maarat los nuestros cocían a paganos adultos en las cazuelas, ensartaban a los niños en espetones y se los comían asados.

Aquello es algo que los turcos ya nunca olvidarán y en cada relato épico en que aparezcan en adelante los francos, siempre lo harán como antropófagos bárbaros e inhumanos. La ciudad de Maarat, en la que el ensañamiento y el fanatismo llegarían a límites que parecen irreales, fue después demolida piedra a piedra y sus casas quemadas una por una.

Durante un tiempo, el pavor que aquellos acontecimientos despiertan en el paralizado y dividido territorio oriental es tal que nadie les ofrece resistencia y, si acaso, se apresuran a firmar tratados y enviar regalos de bienvenida en su avance hacia el sur. Primero será el pequeño emirato de Shayzar que se compromete a aprovisionarlos y a ofrecerles guías que les permitan cruzar sin problemas el resto de Siria. Las ciudades que se hallan en la ruta hacia Jerusalén ya saben que se acercan y sus habitantes, si son pobres, se ocultan en los bosques; los más acomodados emigran o se refugian en fortalezas. Algunos campesinos de la llanura del Bukaya han subido con su ganado y sus reservas de trigo, aceite y provisiones hasta Hosn-el-Akrad, “la alcazaba de los kurdos”, de difícil acceso. Es una alcazaba abandonada desde hace tiempo, pero en ella esperan los campesinos poder encontrar refugio seguro. Los frany, faltos de provisiones, la van a convertir en objetivo y la sitian. Sin saber qué hacer, a los campesinos se les ocurre una estratagema: abrir las puertas de la ciudadela y soltar de golpe parte de su ganado. Los frany, hambrientos como están, se olvidan del combate y corren tras el ganado para hacerse cada cual de cuantas más piezas mejor.

Raimundo IV de Toulouse, conocido como Raimundo Saint-Gilles

Mientras tanto, los campesinos aprovechan para salir y asaltar el campamento franco y por poco si consiguen apresar al jefe de la tropa enemiga, un tal Saint-Gilles. No llegan a conseguirlo y se repliegan con rapidez temiendo la venganza enemiga. Llega la noche y los francos se preparan para un ataque con el que vengar la afrenta. Al día siguiente se acercan hasta las murallas y nadie da señales de vida. La propia quietud llena de desconcierto a los asaltantes, que temen otra estratagema y van prevenidos. Esta vez, no obstante, la estratagema que han seguido es todavía mejor: durante la noche se han escabullido del lugar y han dejado la fortaleza vacía.  Ese lugar de Hon-el-Akrad acabará convirtiéndose en el castillo más temible de los cruzados; de Akrad se deformará el nombre en Krat y después en Krac: “El Krac de los caballeros”, que hoy día sigue dominando con su imponente silueta la llanura de Bukaya.

Fortaleza Crac de los Caballeros, Siria (Krak des Chevaliers)

Siria se halla en aquel entonces fragmentada en muchos emiratos, todos ellos pequeños y con frecuencia enfrentados entre sí, y los distintos dirigentes buscan la forma de congraciarse con el nuevo poder enviándole regalos y presentes de reconocimiento. El emir de Hons, Yanah al-Dawla, le ofrece incluso caballos y el reputado cadí de Trípoli le envía alhajas hechas por los artesanos judíos de su ciudad. Trípoli vive un periodo de prosperidad que es envidiado por todos y el orgullo de la ciudad es una “Casa de la cultura” (Dar-el-Ilm) que alberga una biblioteca de cien mil volúmenes y en los alrededores florecen olivares, frutales, caña de azúcar y una producción que anima su próspero puerto. Razones más que suficientes para despertar las ambiciones francas. El cadí Yalal el-Mulk invita a Saint-Gilles a enviar una delegación para negociar una alianza; pero eso resultará su perdición. Los emisarios francos, acostumbrados a la pobreza de sus territorios natales, apenas aldeuchas que rodean austeros castillos, quedan maravillados ante la profusión de jardines, palacios, edificios, el puerto lleno de actividad, zocos con un comercio rebosante de artesanos y orfebres, una ciudad, en fin, llena de vida y prosperidad. El cadí quedará esperando de manera ingenua la respuesta del jefe franco. Pero lo que le va a llegar es que los frany han puesto sitio a Arqa, segunda ciudad del principado de Trípoli. Cuando Yalal-el-Mulk se entera, sabe que eso no es más que el anticipo de lo que le espera a la propiaTrípoli. Sin embargo, para sorpresa de los propios sitiados, que ya saben que no pueden dejar un resquicio a la debilidad ni a la traición o les esperará algo parecido a Antioquía o Maarat, Arqa resiste y resiste hasta que los frany agotados e irritados, deciden abandonar el lugar y continuar viaje hacia el sur. Pasan junto a Trípoli y lo hacen con lentitud exasperante. Yalal-el-Mulk les ha enviado presentes, víveres y oro, caballos e incluso algunos guías para ayudarles a llegar hasta Beirut. El caso es quitárselos de encima. En las montañas libanesas, cristianos maronitas también les han enviado guías para ayudarles en su camino. Pasan junto a Yabeyl, la antigua Biblos, sin atacarla y llegan a Nahr-el Kalb (el “Río del perro”), donde declaran la guerra al califato fatimita de Egipto.

El visir de El Cairo, el antiguo esclavo Al-Afdal, al principio de la llegada de los francos se había alegrado de ésta y así se lo había hecho saber al emperador de Constantinopla al que había deseado éxitos en sus campañas contra los suníes y llegó a felicitar por la caída de Nicea; los musulmanes de Egipto eran en su mayoría chiíes y Al-Afdal en realidad barajaba la idea de aprovecharse de la situación para recuperar algunos territorios perdidos en los emiratos sirios. Ahora se encontraba a los frany en su tierra y no venían precisamente en son de paz. En principio, Al-Afdal había dado por hecho que los invasores no le van a agredir, por lo que les había enviado una delegación para proponerles una alianza de modo que se repartieran Siria entre ambos: para los francos el norte y para él el sur; está tan convencido de que van a aceptar que se extraña de que contesten con evasivas e interesándose por el camino hacia Jerusalén. Eso comienza a sembrar la duda en Al-Afdal. Tal vez, tal como dicen algunos, en realidad pretenden apoderarse de Jerusalén, y por tanto el emperador Alejo le mintió. Tras la caída de Antioquía, el visir egipcio reacciona y decide adelantarse a todos tomando Jerusalén. Dos hermanos turcos que venían del desastre de la expedición de Karbuka eran quienes gobernaban Jerusalén cuando la toma Al-Afdal. Éste perdona la vida y pone en libertad a ambos emires y a sus respectivos séquitos.

Inquieto ante los movimientos francos, el egipcio escribe al emperador bizantino Alejo pidiéndole explicaciones y es famosa la carta en la que éste le contesta que los francos ya no están bajo su autoridad, que actúan por su cuenta, no quieren entregar Antioquía al imperio como habían prometido que harían y, en realidad, lo que quieren es tomar Jerusalén. De hecho, el papa los ha llamado a la “guerra santa” para tomar la tumba de Cristo y ya nada los va a hacer retroceder; deja claro, por fin, que por lo que a él respecta, no está de acuerdo con la actitud de los francos y se atiene a lo acordado con el Cairo.

Al-Afdal se siente ahora atrapado y piensa que tal vez hubiera sido mejor dejar que los turcos se tuvieran que enfrentar con los francos y no que, ahora, es él el que los va a recibir en Palestina. Intentando ganar tiempo, Al-Afdal escribirá a Alejo para que haga lo posible por retener a los francos en su avance. Alejo pretexta, en una carta a los frany mientras cercan Arqa, su intención de enviar ejércitos que se sumen a la expedición franca y les pide que esperen un poco, intentando al menos enlentecer su avance. Al-Afdal añade ahora a su propuesta a los francos del reparto de Siria, la posibilidad de que Jerusalén esté abierta a todos los cultos y los peregrinos cristianos, siempre que lo hagan sin armas, puedan ir cuantas veces quieran a la Ciudad Santa en peregrinación. Pero la respuesta de los frany es contundente y clara: Iremos a Jerusalén con las lanzas en alto y en orden de combate. Cruzar Nahr-el Kalb ha sido la declaración efectiva de guerra. Al-Afdal ha reforzado la guarnición de Jerusalén, a costa de dejar desguarnecidas las ciudades de la costa egipcia, que se apresuran a pactar con el invasor: Beirut, Tiro, Acre…; sólo Saida (antigua Sidón) ofrece resistencia y, como consecuencia, es saqueada. En la mañana del 7 de junio de 1099, los frany ya están a la vista de la gente de Jerusalén. Están llegando a la colina que hay junto a la mezquita del profeta Samuel.

7 de junio-15 de julio: Sitio y Toma de Jerusalén


Emilio Ballesteros Almazán



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