Las Cruzadas X, Zangi

El Próximo Oriente en 1135

Zangi está ocupado en defender al sultán selyúcida de los intentos de restauración del antiguo poder de los abasíes, cuando es llamado con urgencia por el nuevo señor de Damasco, Ismael, hijo de Buri, que está teniendo problemas con sus súbditos pues se sienten acosados por los impuestos. Un viejo esclavo llamado Ailba ha intentado asesinar a su señor y, al ser detenido, ha confesado muchos nombres de gente que desearía también su muerte. La reacción de Ismael ha sido mandar ejecutar a todos los mencionados por el anciano y hasta su propio hermano Saviny muere de hambre en una celda. Su actitud provoca indignación e Ismael entra en una espiral de locura sintiéndose cada vez más amenazado, lo que le hace matar a más sospechosos, provocándose así cada vez más enemigos. Asustado, decide entregar la ciudad a Zangi que, de inmediato, se pone en camino; pero como éste no es querido en Damasco desde que traicionó a Buri al convertir en rehenes a quinientos guerreros que el damasceno le había enviado a petición propia para ayudarle contra los frany y que Zangi utilizó para impedir que a Buri se le pudiese ocurrir ir contra él; los libraría dos años después, mas los damascenos no han olvidado aquello y todos los notables se reúnen para impedir que los planes de Ismael se lleven a cabo. Se dirigen a su propia madre, la princesa Zomorrod, que, horrorizada, manda ejecutar a su hijo; en opinión del cronista Ibn al-Atir, más movida por miedo a que Ismael mandara matar a su amante que por evitar que la ciudad cayera en manos de Zangi. Y los hechos van a parecer demostrar esta opinión, pues tres años después se casará con éste. Sin embargo, en aquella ocasión, la nueva situación creada le impedirá hacerse señor de Damasco, si bien para evitar males mayores, sus habitantes reconocen, sólo de manera formal, su soberanía.

Para levantar la moral a sus tropas ante el imprevisto fracaso en Damasco, Zangi decide atacar a los francos y toma en poco tiempo cuatro ciudades; entre otras, Maarat. Cuando se dispone a poner sitio a Homs, que depende de Damasco donde manda Muin al-Din Unar, éste procura que llegue a oídos de los frany que piensa capitular y como estos últimos no quieren tener tan cerca a Zangi, salen a su encuentro; pero éste los derrota y sólo el rey y unos pocos hombres consiguen refugiarse en la fortaleza de Baarin; los sitiados intentan ponerse en contacto con Jerusalén, pero todavía no conocen el arte de las palomas mensajeras y los caminos están controlados por los hombres de Zangi, que les ofrece dejarlos irse en paz si entregan la fortaleza y pagan cincuenta mil dinares, a lo que, incomunicados e indefensos, acceden.

Mientras tanto, el emperador bizantino Juan Comneno se dirige hacia Alepo para atacarla y Zangi corre a su ciudad. Unos emisarios del basileus, no obstante, lo tranquilizan al informarle de que su objetivo no es Alepo, sino la Antioquía que tienen los francos en su poder desde hace tanto tiempo, por lo que Zangi regresa hasta Homs.

Ciudadela de Homs, ilustración de Louis Francois Cassas [1756-1827]

Los rum y los frany, sin embargo, se van a poner de acuerdo pronto. Los francos ofrecen Antioquía a los bizantinos a cambio de que estos les ayuden a tomar algunas ciudades sirias. La primera que la nueva alianza cristiana asedia es Shayzar, pensando que, al no pertenecer a Zangi, éste no intervendrá. Pero se equivocan. Manda agitadores que provoquen revueltas como la famosa del cadí al Jashab en 1111 y el sultán Masud se ve obligado a mandar tropas a Shayza. Zangi moviliza a todos los emires de Siria y no para de escribir a bizantinos pidiéndoles que abandonen Siria y a francos intentando convencerles de que si los rum toman alguna plaza de Siria, acabarán haciéndose con todas las plazas francas. Los frany parecen tomar en serio las palabras de Zangi y adoptan una actitud apática que exaspera a Juan Comneno hasta el punto de decidir levantar el cerco de Shayzar.

Es en mayo de 1138, ha acabado ya la batalla de Shayzar, cuando Zangi llega a un acuerdo con Damasco: se casará con Zomorrod y conseguirá Homs como dote. El hijo de Zomorrod, Mahmud, señor de Damasco, es asesinado y su madre, que no quiso facilitar a Zangi el hacerse con la ciudad, llama a su esposo para que vengue la muerte de su hijo. Pero Muin al-Din Unar ha regresado a Damasco y se ha hecho cargo de los asuntos de la urbe para evitar que Zangi se haga con ella. Éste ataca primero Baalbek y la conquista, pero irritado por la resistencia ofrecida, manda desollar vivo al comandante de la plaza como escarmiento. Ese acto va a tener el efecto contrario al deseado, encendiendo a los damascenos más que nunca contra Zangi y mostrándose más unidos entorno a Unar, que firma con los frany de Jerusalén un tratado de mutuo auxilio por el que Muin al-Din Unar, además, se compromete a pagar veinte mil dinares a los francos para compensar sus gastos militares.
Zangi, entonces, prefiere irse y Unar entrega, según lo firmado, Baniyas a los francos y marcha a Jerusalén en visita oficial. Le acompaña el cronista Usama Ibn Munqidh, que nos ha dejado algún comentario curioso acerca de los templarios, a los que llama “mis amigos” y de los que dice cosas como: Entre los frany hay algunos que han venido a afincarse entre nosotros y que han cultivado el trato con los musulmanes. Son, con mucho, superiores a los que se les han unido recientemente en los territorios que ocupan. Deja, en otra ocasión, incluso constancia de que un templario le alejó un frany que pretendía corregirle la dirección en que tenía que hacer la oración islámica y le pidió disculpas pues aquel hombre acababa de llegar del país de los frany y nunca había visto a ningún musulmán rezar sin volverse hacia Oriente.
Pero, mientras tanto, Zangi no pierde el tiempo. En noviembre de 1144, aprovechando que Jocelin, señor de Edesa, ha salido con sus tropas a rapiñar por las orillas del Éufrates, Zangi llega con sus tropas y asedia la ciudad, que sólo cuenta en ese momento con el mando del obispo y sin tropa que la defienda. Jocelin se entera de lo que ocurre, pero no se atreve a enfrentarse al atabeg y prefiere esperar, instalado en Tell Basher, a que lleguen ayudas de Antioquía o Jerusalén. Pero en la ciudad de Edesa cunde el desastre. La multitud, intentando huir de la batalla, se pisotea ante las puertas de la ciudadela, mandada cerrar por el obispo y mueren miles de personas. El propio Zangi, para frenar la carnicería, propone a Abul-Faray que se entregue y serán tratados bien, “pudiendo devolverles la prosperidad que tenía en tiempos del dominio musulmán, mientras que los frany la han arruinado”. La ciudad se rinde y, en efecto, armenios y sirios pudieron volver a sus casas sin ser importunados. A los frany, sin embargo, les quitaron su propiedades y alhajas, a los nobles los despojaron de sus vestiduras y los cargaron de cadenas para mandarlos así a Alepo y, de los demás, a los artesanos los tomaron como prisioneros para que siguieran trabajando en su oficio, tal como cuenta el propio Abul-Faray en su crónica.

Entrada a la ciudadela de Alepo

Ese éxito va a llenar a Zangi de honores y reconocimiento y a los árabes de entusiasmo y ansias de liberarse de los invasores. Un intento de Jocelin para restaurar su poder en Edesa es cortado ejecutando a quienes urdían el complot e instalando en Edesa a trescientas familias judías que son fieles a Zangi. En camino hacia Mosul, quiere tomar la fortaleza de Yaabar, en manos de un emir que se le resiste. Pero una noche es asesinado por uno de sus eunucos en su propia tienda y su muerte desata una ola de desastres: sus soldados pierden la disciplina que tenían con él, Unar se apodera de Baalbek, Raimundo de Antioquía hace una incursión hasta las murallas de Alepo y Jocelin vuelve a intrigar para reconquistar Edesa. Parece que toda Siria vuelva a estar a punto de caer. Pero a veces las apariencias engañan.


Emilio Ballesteros


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