Las Cruzadas XIV, Saladino avanza hacia Jerusalén

Ante la llegada al poder de Saladino, un grupo de emires se reúnen en Damasco para intentar hacerle frente en nombre del sultán as-Saleh, hijo de Nur al-Din, que no acaba de confiar en Saladino. Éste, sin embargo, se presenta como protector del sultán y escribe una carta amenazadora a los emires que se le oponen, mientras que escribe una carta tras otra a as-Saleh insistiendo en que le es fiel; pero sin conseguir convencerlo. Saladino acude con sus guerreros a Damasco y los emires, asustados por el tono de su misiva, se repliegan hacia Alepo. Saladino tomará sin esfuerzo Damasco, Homs y Hama y cerca Alepo, donde reside as-Saleh. Éste se dirige a los habitantes de la ciudad y consigue convencerlos de que la defiendan contra Saladino, al que trata como usurpador; sin embargo éste, que quiere evitar un conflicto con as-Saleh, levanta el cerco y no volverá a acercarse a esa ciudad. Pero los consejeros de as-Saleh quieren eliminar esa amenaza y recurren al servicio de “los asesinos”. En dos ocasiones intentarán acabar con su vida y en ambas llegan hasta su tienda, si bien, en la primera ocasión son descubiertos cuando van a entrar y, en la segunda, llegan a apuñalarlo, pero las mallas de protección que lleva puestas le salvan la vida. Como respuesta, Saladino decide atacar el territorio de los asesinos en el centro de Siria.

Fortaleza de Masyaf, Siria

Sinan controla allí unas diez fortalezas, siendo la de Masiaf la más temible de todas. Es ésa la que Saladino decide sitiar. Sin embargo, de manera extraña, al poco tiempo abandona el cerco y cambiará de actitud hacia la secta, intentando ganarse su apoyo en lugar de enfrentarse a ella. Dos versiones corren sobre las causas de esa actitud: la una, que los asesinos amenazaron, a través de su tío materno, con matar a la familia; la otra, que un misteriosos personaje hizo aparición en el campamento de Saladino, dejó paralizados a los soldados de la guardia y consiguió entrar sin ser visto ni dejar huella en la propia tienda de Saladino y dejarle una torta envenenada y un mensaje en el que decía: “estás en nuestras manos”. Sea como sea, los hechos son que Saladino deja el sitio y cambia de actitud respecto a los asesinos.

A finales de 1181 as-Saleh muere de repente a la edad de dieciocho años y, año y medio después, Saladino entra triunfal en Alepo. Por primera vez en mucho tiempo Egipto y Siria forman un solo y poderoso Estado de hecho y no sólo nominalmente.

Ciudadela de Raimundo de Tolosa en Trípoli

En el bando cristiano, sin embargo, cada vez están más divididos. Por un lado, Raimundo, conde de Trípoli, hombre que maneja con soltura el árabe, lee con frecuencia textos islámicos y es acusado por algunos de sus compañeros de demasiadas simpatías para con los musulmanes, es el que ejerce más influencia bajo el mandato de su rey, Balduino IV, que está en la última fase de su lepra y apenas si tiene energía ya, aunque no le falte valor. Pero Reinaldo de Châtillon, conocido también como “el brins Arnat”, antiguo príncipe de Antioquía, liberado por as-Saleh de las cárceles de Alepo después de quince años de cautiverio, tiene más sed de sangre y botín que nunca. Mientras es Raimundo el que ejerce su influencia, se firma una tregua entre cristianos y musulmanes que permite a ambos comerciar libremente en territorios enemigos, con el simple trámite de pagar un tributo. El viajero andaluz Ibn Yubair deja constancia escrita de su extrañeza al comprobar que las caravanas cristianas y las musulmanas podían viajar sin problemas por cualquier territorio; los guerreros se ocupan de la guerra –dice- pero el pueblo permanece en paz.

Sin embargo, Reinaldo quiere que vuelvan los tiempos de saqueo sistemático y enfrentamientos a sangre y cuchillo y busca el apoyo de los templarios para esto, sin deseo de respetar la tregua firmada, con el cínico argumento de que cualquier palabra dada a un infiel no tiene valor. Comenzará atacando a una caravana de comerciantes árabes que iban hacia La Meca. Saladino se queja a Balduino IV, pero éste no se atreve a castigar a su súbdito. En 1182, Arnat incluso hará una incursión en la ciudad de La Meca, donde nunca habían visto a los frany, por lo que aquello les coge por completo de sorpresa. Al-Adel, hermano de Saladino, es el encargado de aplastar a los saqueadores, algunos de los cuales son decapitados en público en La Meca como escarmiento.

Saladino hizo varias incursiones en territorio de Reinaldo, pero a pesar de su ira, siguió siendo magnánimo. Así, en el asedio a Kerak, en 1183, cuando se disponía a atacar con catapultas el interior de la ciudad, le avisaron de que en un lugar de la ciudad se estaba realizando una importante boda y, entonces, mandó que esa zona fuera respetada.

En 1185, muere Balduino IV y sube al trono su hijo Balduino V, de sólo seis años de edad. Raimundo, mientras tanto, que ejercerá la regencia, intenta retener un poco las ansias belicosas de Reinaldo; pero un año después muere el rey niño y le toma el relevo Guido de Lusignan, del que la reina está enamorada. Es ella la que le coloca la corona de su hijo muerto. Todo cambia a partir de ese momento, pues este personaje no tiene autoridad ni personalidad y es un juguete en manos de Reinaldo. Éste último volverá a atacar a un grupo de peregrinos hacia La Meca, mata a algunos, les roba las pertenencias y al resto se los lleva prisioneros a la ciudad de Kerak. Algunos de ellos le recuerdan la tregua firmada y Arnat les contesta: “que venga vuestro Mahoma a liberaros”. Al llegar a oídos de Saladino esta afrenta, jura que matará a Arnat con sus propias manos.

Como Saladino reclama a Guido que haga respetar la tregua y éste se lava las manos, la tregua queda rota y Saladino manda orden a todos los emires de Siria y Egipto para que se apresten a la lucha. Guido, mientras tanto, aconsejado por Reinaldo, ve la ocasión de librarse de Raimundo y decide atacar Tiberíades, en Galilea, pequeña ciudad que pertenece a la mujer del conde de Trípoli. Raimundo, entonces, recurre a Saladino para que le ayude y, de inmediato, éste le envía tropas que contienen al ejército de Jerusalén. A cambio de esa ayuda, Saladino pide permiso a Raimundo para que soldados musulmanes puedan explorar los alrededores del lago de Galilea; el cristiano se siente incómodo, pero no puede negarse y le da el premiso si prometen no atacar a nadie ni apoderarse de propiedades de la gente. Así lo hacen, pero un destacamento de templarios que andaba por allí, escandalizados por la actitud de Raimundo, deciden por su cuenta atacar a los soldados musulmanes. En pocos minutos son diezmados los templarios y sólo consigue escapar el gran maestre, que acusa ante las autoridades cristianas a Raimundo de debilidad y complicidad con los musulmanes. El patriarca amenaza a este último con la excomunión y con la anulación de su matrimonio, con lo que Raimundo opta por poner su ejército a las órdenes del rey cristiano.

El enfrentamiento abierto entre cristianos y musulmanes ya no tiene vuelta atrás. En el bando cristiano, la táctica para enfrentarse tampoco está clara. Raimundo argumenta que en ese momento el ejército musulmán es demasiado poderoso como para hacerle frente de manera total; que es mejor dejarle tomar Tiberíades (donde al fin y al cabo está su esposa), que darles pie a que se hagan con todo el territorio que aún permanece en manos cristianas. Pero Reinaldo le acusa de querer facilitarles las cosas a los musulmanes y afirma que el fuego no se deja impresionar por la cantidad de leña que tiene que quemar. Es la postura de Reinaldo la que triunfa, con lo que van a caer en la trampa que, con todo cuidado, está preparando Saladino.

El señor de Egipto y Siria ha alargado su sitio sobre Tiberíades más de lo necesario, con el propósito de provocar a los cristianos a un enfrentamiento abierto. Los frany (más de diez mil) están en un promontorio desde el que se domina todo el paisaje: se ve la pequeña aldea de Hattina y el lago Tiberíades; en sus orillas se ha apostado el ejército musulmán. Para poder beber agua, los soldados cristianos tendrán que pedir permiso a los musulmanes, que también tienen más de diez mil hombres para la batalla. Conforme pasan las horas, la sed en aquella tierra de calor asfixiante, va haciendo mella y son primero los soldados de infantería los que bajan aturdidos para beber; sus armas son más un estorbo que una ayuda. Son aplastados sin piedad y la caballería, que ve todo perdido, ataca sin demasiada convicción, aunque con valor y coraje. Los musulmanes han prendido la hierba seca y el humo los atosiga aún más. Una y otra vez, los caballeros cristianos arremeten con desesperación contra la caballería musulmana y hay avances y retrocesos sucesivos. Por fin, la tienda del rey cristiano cae y Saladino acude a ella.

Los cronistas cuentan que Saladino entró e invitó al rey Guido a sentarse junto a él, lo que éste hizo con visible temor. Entró después Arnat, al que le recordó, una por una, todas sus fechorías y su falta de respeto a treguas y palabras prometidas. Guido, que no ocultaba su temor y jadeaba de sed, fue tranquilizado por Saladino, que mandó que se le diera de beber. El rey cristiano bebió y después ofreció por propia iniciativa agua a su lugarteniente Reinaldo, que bebió con ansia. Según la tradición árabe, un prisionero al que se ofrece de beber debe salvar la vida.

La actitud de Guido liberó a Saladino de ese compromiso, por lo que dijo: No me has pedido permiso para darle de beber. No estoy obligado, por tanto, a concederle la gracia. Montó después a caballo y se fue a su tienda. Después mandó traer a Arnat y, una vez ante él, se le acercó con el sable en la mano, le golpeó con él entre el cuello y el omóplato y cayó al suelo. Le cortaron la cabeza y llevaron su cuerpo así ante Guido, que temblaba de miedo, pero el sultán lo tranquilizó diciéndole: este hombre ha muerto así sólo por su maldad y su perfidia. La mayor parte de los vencidos salvaron sus vidas. Sólo los templarios y los hospitalarios correrán la suerte de Reinaldo.

A partir de esa derrota tan aplastante, el avance de Saladino es imparable. En pocos días caerán sin resistencia Acre, Mapeusa, Haifa, Nazaret, Ascalón, Gaza… Sólo Jaffa ofrecerá una dura resistencia, por lo que al-Adel reduce a su población a la esclavitud tras ser tomada. Tras la toma de Belén, ya no queda otro objetivo que recuperar Jerusalén para el Islam.

Emilio Ballesteros


Un comentario
  1. It’s sokpoy how clever some ppl are. Thanks!

Deja un comentario