Las Cruzadas XVII. El fin. Conclusiones

Poco tiempo después de su regreso a Europa, Ricardo Corazón de León también moriría, víctima de una flecha en combate. Tras Saladino y Ricardo, pocos nombres han quedado con aureola heroica o ejemplar de aquella historia.


Gengis Khan es el otro personaje destacado de aquella época, pero no va a intervenir de forma directa en las cruzadas, aunque su imperio va a influir con fuerza en los acontecimientos que tienen que ver con ellas.

A la muerte de Saladino le seguirá un periodo de inestabilidad y luchas sucesorias que terminará con su hermano, Al Adel en el poder. Su política será, en lo fundamental, de negociación con los frany que siguen presentes en las ciudades de la franja costera del reino de Jerusalén, pero en realidad no representan gran peligro. Negociará con la república veneciana, tal vez la principal fuerza económica de occidente en aquel tiempo, firmando con el dux una tratado por el cual su hijo al Kamel, virrey de Egipto, se compromete a garantizar a los venecianos acceso a los puertos del Nilo (Alejandría y Damieta, de manera destacada) a cambio de que su república no apoye ninguna expedición contra Oriente. Los venecianos lo firman, pero se callan que acaban de firmar con los príncipes de la cristiandad un compromiso para, a cambio de una fuerte suma, facilitar el transporte de más de treinta mil guerreros a tierras orientales. El dux Dandolo exigirá a los caballeros, antes de la partida de la expedición, la entrega de una fuerte suma que éstos no están en disposición de dar. Para permitir el retraso del cobro, el dux exige que el primer paso a dar por la expedición sea tomar Zara (que pertenece al rey de Hungría, fiel servidor de Roma, pero es una feroz competidora de Venecia en el predominio comercial del Adriático). Los caballeros, a pesar de no estar nada convencidos, se ven obligados a aceptarlo y atacan y saquean Zara. A continuación, los venecianos, que quieren tener el control efectivo del Mediterráneo, convencen a los caballeros francos de que si ponen a un príncipe favorable a los occidentales en el trono de Constantinopla, sede de los “herejes” cristianos griegos, tendrán acceso a los tesoros de Bizancio para financiar sus empresas, además de poder controlar mejor el mundo musulmán. En unas semanas la ciudad de los rum cae y es saqueada sin piedad sin respetar ni iglesias ni monasterios. Los supervivientes de la corte imperial se trasladan a Nicea, que quedará convertida en capital de los restos del imperio bizantino, hasta que, cincuenta y siete años después, vuelva a ser tomada Bizancio.

Esto va a provocar que a partir de entonces las ambiciones francas se fijen más en las tierras griegas que en las árabes, más difíciles de dominar y eso dejará a las ciudades en manos francas sin el apoyo militar que esperaban. Eso obligará a los cristianos a firmar nuevas treguas; no obstante, no faltarán nuevas invasiones con decenas de miles de guerreros atacando tierras egipcias. Pero los musulmanes cuentan, además de con sus ejércitos, con el conocimiento del terreno y eso les permitirá infligir severas derrotas a los cruzados con la simple ayuda de las crecidas del Nilo, que los cristianos no conocen y les pilla con sus ejércitos en zona de inundación, embarrados e impotentes ante la crecida del río. El cardenal al mando de los francos, el español Pelayo, está a la espera de la llegada de tropas de refuerzo al mando de Federico, rey de Alemania y Sicilia. Pero tardarán ocho años en llegar y Federico está casado con Yolanda, hija de Juan de Brienne, monarca del reino de Jerusalén y es un hombre ilustrado, amante de la ciencia y el árabe y al que le gusta incluso escuchar la llamada a la oración musulmana. Van a seguir unos años de extrañas negociaciones y tratados en los que los sultanes egipcios entreguen la ciudad de Jerusalén a Federico, a cambio de que éste respete los lugares de culto musulmanes y las zonas donde se concentre la población islámica. El sobrino de al Kamel, An-Naser, llegará a tomar Jerusalén; pero a la muerte de su tío, no dudará en aliarse con los frany para salir ventajoso en las luchas sucesorias, ofreciéndoles incluso a los extranjeros Jerusalén a cambio de su apoyo.

Pero el principal peligro para el mundo musulmán en ese tiempo, tal como Ibn al-Atir refleja de manera dramática en sus crónicas, no vendrá ya de los francos, sino del este: los mongoles que, si tomamos prestado a Ibn Jaldún su concepto de asabiya como colectividad en auge que abre un nuevo periodo histórico, son la asabiya preponderante del momento, con Gengis Khan a la cabeza y con un furor invasor que no se parece en nada a la actitud respetuosa y clemente de Saladino en sus victorias y va arrasando cada ciudad que conquista. Del inmenso imperio que los mongoles controlan, es Persia la zona por la que se han adentrado en tierras musulmanas y allí, Hulagu, el nieto de Gengis Khan, es el que reina. Por el oeste, ahora es Luis IX, el rey de Francia, el que manda sobre el otro extremo de la tenaza que aprieta al mundo árabe. Como los europeos ven en los mongoles unos posibles aliados de religión (muchos de sus mandatarios son cristianos nestorianos, aunque al final una parte importante de ellos acabarán en el Islam y otros siguen sus antiguos cultos chamánicos), intentan conseguir una alianza firmada para hacerse con el mundo islámico y sólo la actitud prepotente de los mongoles, que al recibir regalos como signo de amistad por parte del rey francés, le exigen que sigan mandándoselos, como si fuera un vasallo, impedirá el acuerdo formal entre ambos pueblos. Sin embargo, la presión militar a los árabes le seguirá llegando por ambos extremos, aunque no se coordinen entre sí más que de manera muy ocasional y poco significativa.

Lo que va a permitir al mundo musulmán conservar su subsistencia va a ser la presencia de unos guerreros que son tan fieros, combativos y poco clementes como los mogoles: los mamelucos; anteriores esclavos que han acabado convirtiéndose en un cuerpo militar de élite con generales tan capaces como el sultán Qutuz o el que le quitará la vida para tomar su posición, Baybars, el ballestero. Los mamelucos, con la misma ferocidad e intransigencia que sus enemigos mongoles, vencerán primero a los francos, apresando al rey francés que es liberado sólo a cambio de que sus soldados regresen a Occidente y tomarán Antioquía a Bohemundo e incluso la formidable fortaleza de “Hosn-al-Akrad”, el Crak de los Caballeros, que ni el mismísimo Saladino había sido capaz de tomar, caerá bajo su empuje.

Qalaun, el sultán mameluco que seguirá a Baybars en el poder cuando éste muere envenenado, firma un tratado con los pocos frany que quedan en un puñado de ciudades dispersas, comprometiéndose a respetarse y avisarse si los mongoles amenazan a alguna de las partes firmantes y la otra tiene conocimiento de ello. Sólo los francos que apoyaron abiertamente a los mongoles en alguna de sus incursiones, son acosados y perseguidos por los gobernantes mamelucos.

Pero mientras tanto, ilkan Arghun, nieto de Hulagu, intenta recuperar la anterior idea de alianza entre francos y mongoles y establece contactos con Roma para ello. En una carta que se conserva dirigida a Felipe IV, rey de Francia, le propone invadir Siria empezando por Damasco para continuar hasta Jerusalén. Qalaun teme algo, pero sus informes no son concretos ni tiene pruebas, por lo que no quiere faltar a su palabra y sólo toma ciudades francas que no han firmado el tratado, como Trípoli. Acre es la única gran ciudad que queda en manos francas y los oficiales de Qalaun le presionan para que haga como los frany tantas veces han hecho antes, sacar alguna ley que anule el tratado firmado y así poder atacar y tomar la ciudad; pero el sultán se niega y la ciudad sigue siendo un centro de gran actividad comercial e intercambios. Sin embargo, tras la caída de Trípoli, el rey franco Enrique ha enviado a Roma una carta solicitando refuerzos y en el verano de 1290 llegan a Acre miles de nuevos cruzados que irán creando en la ciudad cada vez más altercados de creciente gravedad hasta que un día, tras un banquete, salen medio borrachos degollando a cuanta persona con barba encuentran por el camino. Qalaun manda entonces una embajada a Acre pidiendo explicaciones y en la respuesta, a pesar de que entre los francos están divididos, se le dice que los culpables eran los musulmanes porque uno de ellos había intentado seducir a una cristiana. Qalaun, entonces, toma la decisión de tomar Acre e ignorar el tratado. Tiene más de setenta años y muere por el camino; pero hace jurar en el lecho de muerte a su hijo Jalil que acabará lo comenzado y así lo cumple. El 17 de junio de 1291, el ejército musulmán, con una superioridad aplastante tanto en hombres como en armamento, toma la ciudad. Jalil, además, destruye cualquier fortaleza a lo largo de la costa que pudiera servir a los francos como apoyo si alguna vez deciden volver. Pero eso ya no va a ocurrir.

Al final de las cruzadas, el mundo musulmán ha conseguido recuperarse de su decadencia y, bajo el impulso turco, incluso se extenderá por Europa cuando los turcos otomanos tomen Constantinopla, a la que llamarán Estambul, y lleguen hasta las puertas de Viena.

Sin embargo, varios siglos de enfrentamiento y convivencia no van a pasar en balde. Europa, a través de al Ándalus y a través de sus contactos en las cruzadas, habrá aprendido muchos avances técnicos en matemáticas, medicina, agricultura, literatura, filosofía…, recuperando el mundo griego, incorporando avances de las culturas china, india y árabe y tomará un rumbo nuevo que va a dar lugar al periodo que conocemos como Renacimiento, que abrirá una época de predominio técnico y militar de occidente. En el mundo árabe, sin embargo, lo que se habrá abierto es una brecha enorme que todavía no ha sido cerrada. La desconfianza hacia lo occidental se interiorizará tanto en la sangre de aquel pueblo, que lo aislará de lo occidental y lo hará mirar con desconfianza cualquier cosa que provenga de allí. Todavía hoy se mira sin poder evitar asociaciones con aquellas “cruzadas” hechos como la creación del Estado de Israel en tierra palestina, o intervenciones como la de Bush y los ejércitos americanos y europeos en Irak o Afganistán.

La muralla abierta entre ambos mundos no es física, sino mental y separa dos mundos que parecen vivir de espaldas el uno al otro. El oriental, aferrado a sus tradiciones y al Islam, aunque no haya escapado del todo a las influencias financieras y a las corrupciones globales del capitalismo mundial, pero menos desarrollado en los aspectos técnicos y anquilosado en algunas tradiciones que ni siquiera son religiosas, sino, a menudo, tribales y preislámicas; si bien todavía no ha perdido del todo la capacidad de asombro y la espiritualidad que le abre el corazón a lo sagrado. El occidental, a tumba abierta en un mundo cada vez más materialista, ciego y autodestructivo, sin respeto alguno a cualquier cosa que se pueda considerar sagrada (ni siquiera la vida y el equilibrio del planeta), pendiente sólo de la productividad, la ganancia y el tener, a costa de lo que sea. El primero, confundido y sin un horizonte claro. El segundo, bajo la borrachera de su prepotencia técnica, envuelto en una dinámica que ha provocado entre ellos mismos dos guerras mundiales y multitud de guerras regionales, ya en franca decadencia y al borde de una crisis que puede llevarlo a su final de una manera estruendosa.

¿Estaremos a tiempo de un camino que sea capaz de salvar lo mejor de cada uno de estos mundos?


Emilio Ballesteros


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