Reportaje: Cary Grant
La elegancia en la pantalla
El 29 de noviembre de 1986 murió Cary Grant. Hace 25 años que se fue uno de los mejores actores que ha dado la historia del cine, una de aquellas estrellas que nacieron con el don de la interpretación, al alcance de muy pocos, y que nunca dejará de ser una referencia en la comedia, el drama o la acción, o en todo lo que él quiso desarrollar. Desde luego no es motivo de celebración el aniversario de la muerte de ninguna persona, pero en este caso sí que supone una buena oportunidad para honrar la figura de uno de los más grandes, recordarle, para que no caiga en el olvido y siga siendo una de las mejores referencias para las nuevas generaciones.
Archibal Alexander Leach nació en Bristol (Inglaterra) el 18 de enero de 1904, en el seno de una familia muy humilde, pero como tantos otros actores y directores se trasladó muy pronto a Estados Unidos. Trabajó en algunas comedias musicales, para después firmar un contrato con la productora, Paramount, que ya, de paso, le sugirió que cambiara su nombre. Comenzaría la leyenda de Cary Grant.
Su primera película de entidad fue «Esta es la noche» (1932) y su primer gran triunfo «La gran aventura de Silvia» (1935) de George Cukor, con la participación de otras de las más grandes del celuloide, y con quien compartiría protagonismo en otros filmes, Katherine Hepburn.
«La pícara puritana» (1937) de Leo McCarey, una excelente historia que además ganó el Oscar a mejor película, fue el principio de una serie de éxitos por parte del Cary Grant, que ya contaba con el cariño y reconocimiento de los espectadores. «La fiera de mi niña» (1939) de Howard Hawks, es una de las obras cumbre del actor y su consagración definitiva. Es sólo el principio de su talento refinado, mejorado con los años, pero que ya no deja indiferente a nadie. Muecas que sólo él podía hacer, risa histriónica en silencio, ojos que se salen de las órbitas y movimientos acrobáticos son sólo el principio del espectáculo que suponía verle en pantalla. No necesitaba un director a su lado diciéndole lo que tenía que hacer, sabía de sobra la expresión que su rostro tenía que enseñar al mundo y no se equivocaba nunca.
En 1939, un año mágico para el cine con un puñado importante de obras maestras, Grant no quiso ser menos y nos regaló, aparte de “La fiera de mi niña”, una maravilla llamada «Vivir para gozar» de George Cukor, una aventura al más puro Indiana Jones pero unas cuántas décadas antes, «Gunga Din» (1939) de George Stevens, y «Sólo los ángeles tienen alas» del gran Howard Hawks, donde no faltaba el amor, el riesgo y la fidelidad. Claro que al año siguiente Cukor se inventó una obra maestra con un elenco de intérpretes difícil de superar hasta la fecha, con James Stewart, Katharine Hepburn, y el propio Cary Grant, en una disparatada comedia ambientada en las clases más acomodadas de Estados Unidos: era “Historias de Filadelfia”.
En 1941 trabajaría con otro de los más grandes directores del celuloide, que además tenía muy poco que ver con el estilo de los anteriores, Alfred Hitchcock. En «Sospecha», una de las cintas más aclamadas del Gordo, Cary Grant tendría que cambiar los registros que tanto éxito le habían dado por una forma de actuar mucho más seria, metido en un doble juego en el que el espectador no sabe si está ante todo un señor o todo un malvado que planea la muerte de su mujer. En esta película es imborrable la escena de Grant subiendo las escaleras con un vaso de leche en la mano, o lo que parece leche.
Otra de las películas imprescindibles es «Arsénico por compasión» (1944), de Frank Capra, o lo que es lo mismo, la vuelta al humor, a la locura, a personajes caóticos y a una historia que si no se ve, no se cree. Aquí Grant alcanza el máximo de madurez en la comedia y sus escenas son insuperables, un punto y aparte de la interpretación, el mejor ejemplo de cómo hacer reír simplemente con su presencia.
Después volvería con Hitchcock en «Encadenados» (1946), uno de los títulos más aplaudidos del maestro de la dirección, en compañía de dos inolvidables de “Casablanca”, la maravillosa Ingrid Bergman, y uno de los secundarios de lujo, Claude Rains. La historia tiene de todo, espías, nazis, viajes y personajes en peligro y escenas imprescindibles como la de los besos interrumpidos de Grant y Bergman, (la censura no permitía un beso continuado demasiado largo por lo que ellos lo paraban para hablar unos segundos y después seguían besándose), o la panorámica de la fiesta desde el techo de la mansión y la cámara bajando poco a poco hasta llegar a la mano de Ingrid, que contiene una llave. Era Hitchcock y su forma de crear misterio.
Después de todos estos éxitos llegaron filmes que no bajaban el nivel, como «Me siento rejuvenecer» (1952), de Howard Hawks, con Marilyn Monroe, y otra nueva colaboración con Hitchcock en «Atrapa a un ladrón» (1955), con Grace Kelly, disfrutando de la vida en Mónaco; además de «Tú y yo» (1957) de Leo McCarey, un remake que, quizá, supere a su original.
Un Cary Grant veterano en esto del cine, que no en edad, creó una productora llamada Grandon con el director Stanley Donen, y siguió protagonizando películas de calidad. En una de ellas, «Indiscreta» (1958), dirigida por el propio Donen, de nuevo con la actriz Ingrid Bergman, asistimos a otra escena memorable que consistía en dividir la pantalla en dos partes y en ambas cada protagonista, tumbado en su cama, hablaba por teléfono con el otro. Una forma de estar en la cama juntos, aunque en diferentes espacios, para saltar la censura del momento. También Grant nos regaló un emocionante paseo por París, lleno de intriga, junto a la entrañable Audrey Hepburn en «Charada» (1963), también de Donen, y otra aventura memorable, con el tema recurrente del falso culpable en «Con la muerte en los talones» (1959) dirigida por Alfred Hitchcock. ¿Quién no ha visto ese avión que persigue a Cary Grant en medio del cambo abierto?
Lo que hace tan grande a este actor, ya eterno, es su capacidad de adaptarse a cualquier papel. Lo hizo en la comedia, en donde su expresividad conseguía hacer reír y casi llorar de tanta carcajada, lo hizo en cualquier papel serio, a veces perseguido por malvados, por las autoridades, y lo hizo por supuesto cuando tenía que cortejar a cualquier mujer. Mayor elegancia, naturalidad y saber estar es difícil de encontrar en toda la historia del cine. Era uno de los más grandes, un mito para la eternidad. En 1941 consiguió el Oscar como mejor actor por «Serenata nostálgica» y en 1969 ganó un Oscar honorífico. Nos dejó con 82 años en 1986 pero siempre estará presente…
Sergio Yuguero
Paseo por las películas de Cary Grant