Siglo XX, IV. La primera guerra mundial: El inicio


Muchos eran los frente abiertos, sin llegar a hablar todavía de guerra, y demasiados los intereses encontrados en el gran teatro del mundo de principios del siglo XX. Con ese panorama, no era difícil que se provocara un conflicto bélico generalizado y si algo frenaba esa posibilidad, era el temor de que, dado el considerable avance de las armas y su capacidad de destrucción, los resultados fueran tan terribles que sobrecogieran. De hecho, los teóricos se dividían en esta cuestión en dos grandes grupos: los que pensaban que, de declararse una guerra mundial, sería la última al comprobar el punto de mortandad y destrucción a que daría lugar, y los que pensaban que, precisamente por el poder desolador y destructivo del poderío técnico de los grandes países, sería una guerra relámpago que duraría apenas unas semanas dejando a los vencidos en la más absoluta estupefacción. Pero, como la realidad siempre supera a la ficción, ambas posturas se equivocaron y todavía fue peor de lo que cualquiera de las dos posiciones pensaba como posible. Ni duró unas pocas semanas, pues acabó convirtiéndose en una guerra de trincheras extenuante y penosa, ni sería la última, pues como todos sabemos, el hombre no sólo es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, sino que, disponiendo de un don tan poderoso y luminoso como la razón, su capacidad de utilizarla muchas veces para autodestruirse es tan única como incomprensible.

Por un lado, los Balcanes eran un punto caliente en el que la rivalidad entre Rusia y Austria-Hungría no dejaba de provocar roces. Los grandes imperios británico y francés no cesaban de encontrarse (más bien desencontrarse) en distintas zonas del planeta, cada cual con sus intereses y sus propósitos enfrentados. Faltaban los afanes expansionistas alemanes e italianos para acabar de enredar la madeja. En las dos grandes crisis anteriores, negociaciones de última hora habían conseguido que alguien cediera algo para evitar el enfrentamiento armado. En 1909, Francia había hecho ceder a Rusia y en 1913 Alemania hizo ceder a Austria. Pero cuando el 28 de junio de 1914 un estudiante bosnio asesinó en Sarajevo al archiduque de Austria, heredero de la corona imperial, cualquier intento de acercamiento de posturas era considerado por el contrario como una claudicación en toda regla.

Sólo en 1919, cinco años después por tanto, se supo que el atentado había sido organizado por miembros de una organización secreta dirigida por un oficial del Estado Mayor serbio; pero, desde principio, el gobierno austrohúngaro achacaba las responsabilidad, más o menos directa, a Belgrado y las campañas antiaustríacas de la prensa serbia no ayudaban a relajar el ambiente. De ese modo, Austria-Hungría sería la primera en declarar la guerra a Serbia con la intención de robustecer la monarquía y, a la vez, eliminar aquel foco de intranquilidad en los Balcanes.

Ya sabían que eso los enfrentaría también con Rusia y que la conflagración se podría generalizar, así que, de antemano, buscaron el apoyo de Alemania, que se comprometió a cumplir sus pactos con los austro-húngaros, a los que consideraban un fiel alliado. El ultimátum mandado por Austria a Serbia estaba redactado (después de seis intentos) de forma que tenía que ser rechazado a la fuerza por los serbios. Estos contestaron dando satisfacción a todos los puntos, excepto a dos: la participación de agentes oficiales austrohúngaros en la investigación del atentado y la reducción de la propaganda panserbia.

Alemania se dio por satisfecha, pero no así Austria, que rompió las relaciones con Serbia. Se preveía guerra y Rusia anticipó que entraría en ella en apoyo de Serbia y Francia le aseguraba su eventual cooperación en julio de ese año (1914). Gran Bretaña propuso la celebración de una conferencia de las naciones no interesadas de manera directa en el conflicto, pero la sugerencia fue rechazada por Alemania y Austria.

El 28 de julio Austria-Hungría declaraba oficialmente la guerra a Serbia. El 29, Rusia decreta la movilización parcial; Alemania intenta mediar, pero sus propuestas no son escuchadas por los rusos y, para sorpresa suya, recibe la noticia de que Inglaterra declara que no podrá permanecer neutral. El 30 Alemania rechaza dos propuestas de Rusia y una de Inglaterra para localizar la guerra. Alemania invita a Rusia a desmovilizar, pero como no obtiene respuesta, moviliza a sus fuerzas. Francia hace lo propio con las suyas. El 1 de agosto Guillermo II declara la guerra a Rusia, el 3 a Francia y el 4 sus tropas invaden el territorio belga que, desde 1839, tenía la garantía de neutralidad, lo que decide a Inglaterra a entrar. El espíritu bélico se ha generalizado de tal modo, que hasta la II Internacional y los grupos socialistas apoyan con entusiasmo patriótico el levantamiento en armas contra los enemigos.

La Primera Guerra Mundial había comenzado.

Emilio Ballesteros


Un comentario
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